Por Raúl Delgado Wise.
Publicado en Camino al andar.
27 de junio de 2021.
Pintura: Josué, Base de apoyo zapatista.
Entre los múltiples significados que encierra la travesía de compañeras, compañeros y compañeroas del EZLN, CIG y CNI a tierras europeas, hay uno que nos interpela poderosamente: la necesidad de derribar los muros del capital ante el drama de miles de millones de personas que emigran de sus lugares de origen en busca de la vida. Datos recientes revelan que actualmente existen 280 millones de migrantes internacionales y 750 millones de migrantes internos, lo que nos indica que casi uno de cada siete habitantes del planeta habita o sobrevive en un lugar diferente al que nació. Se trata en su mayoría de personas provenientes de países y regiones periféricas, donde los “dolores de la tierra” suelen ser más intensos y los vientos de libertad soplan con mayor intensidad.
Una ley fundamental del desarrollo capitalista postula que a medida que crece y se concentra la riqueza en pocas manos, crece también la masa de población despojada y excluida por el capital. Este doble movimiento ha dado lugar, por un lado, a una forma de “desarrollo” y “progreso” capitalista esquizoide que atenta en contra de la humanidad y la naturaleza, es decir, que apuesta por la muerte. Por otro lado, ha generado también una creciente y desbordante masa de población sobrante, desechada por el capital, que es arrojada a las filas del desempleo y la informalidad en condiciones de progresiva vulnerabilidad.
Lo importante a destacar es que esta sobrepoblación no se distribuye por igual a lo largo y ancho de la geografía del capital, entre los muros y fronteras que dividen a nuestros pueblos. Mientras que en los países más ricos tiende a ser menor, en los países más pobres ocurre lo contrario. Y es precisamente esta distribución desigual del ejército de reserva del capital, lo que alimenta la migración contemporánea dirigida esencialmente de sur a norte. En los hechos, esta migración simboliza un vuelco de timón, un giro de 180 grados, con respecto al itinerario migratorio seguido hace 500 años, por la conquista y colonización europea.
Bajo la urdimbre del neoliberalismo, la migración asume el carácter de un desplazamiento forzado emanado del desmantelamiento y desarticulación de las economías periféricas por el gran capital y los gobiernos imperiales, del despojo de campesinos y pueblos originarios por la megaminería, los agronegocios y los megaproyectos, de la destrucción de la madre tierra, de la creciente presencia de huracanes, ciclones, lluvias, sequías extremas e inundaciones generadas por los impactos del cambio climático, del militarismo y de la violencia generalizada.
El espejo oblicuo en el que se proyecta la migración contemporánea muestra a las y los desplazados del sur como una población expulsada de sus territorios, sin derechos, perseguida y criminalizada. Mediante campañas de desinformación y miedo, las víctimas son convertidas en victimarios. La población migrante es convertida en una suerte de enemigo público en los países y lugares de destino a través de un discurso xenófobo promovido por la ultraderecha neofascista.
No se puede tapar el sol con un dedo. La migración no es un acto libre y voluntario. La población migrante es obligada a abandonar sus lugares de origen y a desempeñar labores esenciales para el crecimiento económico y la seguridad social en los lugares de destino. No obstante, en virtud de políticas migratorias discriminatorias y criminalizadoras, suele obligárseles a permanecer bajo las sombras y someterse a condiciones de explotación extrema e incluso de esclavitud moderna. No debe perderse de vista que en los últimos 15 años el crecimiento de la economía más poderosa del planeta, Estados Unidos, se debió en un 40.8 por ciento a la contribución de las y los migrantes. Algo similar ocurre en el caso europeo.
Otro aspecto que no puede soslayarse es que la migración contemporánea encierra un drama que atraviesa origen, tránsito y destino. Está teñida de sangre, de signos de muerte y, paradójicamente, implica un acto valeroso, de profunda solidaridad con las familias y comunidades en los lugares de origen, de rebeldía ante la adversidad e implica, en el fondo, una apuesta por la vida.
Si bien la migración entraña una decisión individual o familiar, encierra también un acto de profundo y creciente contenido social, un acto de rebeldía y de despertar de las conciencias. Las caravanas de migrantes centroamericanos que cruzan territorio mexicano, al igual que los migrantes africanos que surcan el mediterráneo, así lo atestiguan; están conscientes de que enfrentan una lucha de gran envergadura contra un enemigo grande y poderoso, pero no invencible: el capital.
En su travesía por tierras europeas nuestras compañeras, compañeros y compañeroas del EZLN, CIG y CNI, en su encuentro con la Europa de abajo, al compartir sus dolores y experiencias, seguramente concordarán en que migrar por la vida significa también, en un sentido más profundo, migrar del sistema. Y concordarán también con la siguiente reflexión del subcomandante insurgente Galeano, expresada el 14 de abril de 2017 en Lecciones de Geografía y Calendarios Globalizados:
“Entendimos que para nuestro empeño las fronteras estorban. Que nuestra lucha es mundial. Que siempre lo ha sido, pero que no lo sabían quienes nos parieron y que fue hasta que la sangre indígena tomó el timón además del motor, y marcó el rumbo, que descubrimos que el dolor, la rabia y la rebeldía no tienen pasaporte y que son ilegales para el arriba, pero son hermanas para el abajo.”
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