Por El SupMarcos.
Publicado en Camino al andar, 14 de junio de 2021.
El siguiente texto fue encontrado en el baúl de los recuerdos que me fue heredado por el finado SupMarcos. No tiene fecha, pero las hojas están escritas a máquina mecánica, lo que indica que fue escrito entre los años de 1994 y 1996, porque, en años posteriores, el difunto ya usaba computadora e impresora –aunque al inicio ésta última era una impresora de matriz de puntos, de ésas que sonaban como ametralladora-. Se transcribe tal cual, con su título original: “ESE OTRO MUNDO”, aunque con algunos agregados “modernos” que, como albacea del finado, tengo permitido.
Doy fe. SupGaleano. Junio del 2021.
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Por razones y sin razones que no se dilucidarán ahora, una serie de acontecimientos en todo el mundo dieron como resultado que se estableciera como obligatorio un curso de “Formación Humana Universal” a toda la clase política que aspirara a un puesto de gobierno, sea grande, mediano o pequeño, en cualquier parte del planeta.
Como en todo, el Sistema buscó reducir los gastos al mínimo, así que se llegó a la conclusión de que lo más barato era construir un gran estadio, o teatro, o auditorio, o sala en la pudieran estar todos los gobiernos y aspirantes a serlo, de modo simultáneo (porque el mundo no podía estar mucho tiempo sin gobernantes –así razonaron-).
Como ningún Estado estaba dispuesto a donar o ceder un terreno tal, para tan magna obra de arquitectura e ingeniería, se acordó crear una especie de isla artificial en alguna parte del Océano Atlántico. El lugar fue objeto de disputas y reuniones entre los grandes gobernantes, es decir, las grandes corporaciones. Dado que no se ponían de acuerdo, los pueblos zapatistas les propusieron que lo hicieran en la zona donde las leyendas ubican la Atlántida. Los poderosos preguntaron dónde quedaba eso. Como referencia geográfica, los zapatistas dieron un texto de Platón (a quien no conocían en las corporaciones porque no aparecía en los directorios de CEO´s).
Se señaló, así, que estuvo “situada frente al estrecho, que en vuestra lengua llamáis las columnas de Hércules. Esta isla era más grande que la Libia y el Asia reunidas; los navegantes pasaban desde allí a las otras islas, y de éstas al continente, que baña este mar, verdaderamente digno de este nombre. Porque lo que está más acá del estrecho de que hablamos, se parece a un puerto , cuya entrada es estrecha, mientras que lo demás es un verdadero mar, y la tierra que le rodea un verdadero continente. Ahora bien en esta isla Atlántida los reyes habían creado un grande y maravilloso poder, que dominaba en la isla entera, así como sobre otras muchas islas y hasta en muchas partes del continente. (…) Pues bien; este vasto poder, reuniendo todas sus fuerzas, intentó un día someter de un solo arranque nuestro país y el vuestro, y todos los pueblos situados de este lado del estrecho.”
Las grandes corporaciones se entusiasmaron con lo de “someter todos los pueblos”, así que aprobaron y ordenaron que se edificara en el mencionado sitio.
Se construyó entonces la gigantesca isla juntando y compactando toda la basura que, dispersa, se hallaba en los océanos. Grandes buques, dotados con formidables máquinas, se encargaron de su recolección y traslado. Las ciencias y las artes, en apoyo a la ingeniería y la arquitectura, dieron forma y materia al monumental estadio-auditorio-teatro. Los gobiernos del mundo tuvieron que reajustar sus presupuestos - ya afectados con severidad por la construcción-, porque había que destinarlos al traslado de equipos de sonido y visuales.
Pasaron entonces a discutir qué significaba “Formación Humana Universal”. Como no se llegaba a ningún acuerdo, las comunidades zapatistas propusieron que “Humana” se definiera por “las ciencias y las artes”. Como las grandes corporaciones y sus gobiernos no vieron ninguna amenaza a sus intereses en esas palabras, estuvieron de acuerdo en que la parte humana de esa formación fuera en ciencias y artes.
Lo de “universal” iba a ser un problema, pero los zapatistas lo resumieron así: “todo”, es decir, “todas las ciencias y todas las artes”. Los gigantes del dinero tampoco vieron peligro en eso y aprobaron. Cuando alguien propuso que se agregaran la guerra, la avaricia, la estupidez, el egoísmo y el desprecio, las corporaciones se opusieron porque, argumentaron, “ésas son cualidades exclusivas nuestras, no son universalmente humanas”.
Hubo un nuevo ajuste en los presupuestos gubernamentales porque, para “operar” los equipos de sonido y visuales, se trasladaron a la isla todas las “crew” necesarias con todas las herramientas, y en condiciones dignas: comida, aseo, hospedaje y paga justa.
Otros ajustes presupuestales para las personas científicas, sus laboratorios y estudios, en condiciones dignas: comida, aseo, hospedaje y paga justa. Igual para quienes tiene como vocación o maldición las artes.
Todos los gobernantes y funcionarios, o aspirantes a serlo, se trasladaron al lugar en condiciones dignas: comida, aseo y hospedaje, pero sin paga y teniendo que cubrir sus gastos de traslado y viáticos. Cuando alguien protestó, se argumentó que bastaba con pedir comprobantes de los gastos y luego decretar que les fueran devueltos en sus respectivas geografías.
El plan de estudios no parecía muy complicado. Después de un curso de primer nivel en todas las ciencias, seguirían todos los géneros musicales, con todos los grupos e individuos musicales y todos los grupos e individuos danzantes. Uno tras otro, o simultáneos cuando la ocasión lo ameritara y requiriera, en condiciones dignas: comida, aseo, hospedaje y salario justo. Luego todo los géneros del teatro, ídem. Y así cine, pintura, escultura, poesía, literatura y los etcéteras que la creatividad artística dé a luz, (memes, tiktoks, twits incluidos), ídem.
La regla era sencilla: antes de “tomar posesión de su cargo”, el susodicho, la susodicha, loa susodichoa, debería acreditar que cursó el primer nivel de ciencias, y que había visto, escuchado o sentido al menos el 99,99% de la expresiones artísticas de todo el mundo (el 0,001% se dejaba libre para las nuevas artes que fueran surgiendo). Al terminar la “inmersión” humana podrían “asumir el cargo”.
Bueno, ¿y mientras tanto, quién gobernaría?, se preguntarán ustedes. Pues cada pueblo, ciudad, nación (já), se las tendría que arreglar a como pudiera. Doble contra sencillo a que, al regresar, más de uno, una, unoa de quienes eran gobiernos o aspiraban a serlo, estaría sin empleo. En lugar de consignas y vítores por su anhelado regreso, encontraría un cartel que rezaría: “Descubrimos que no te necesitamos”.
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Las funestas consecuencias de tan descabellada decisión, de origen inexplicable, no tardaron en aparecer.
Como todos los presupuestos gubernamentales grandes, medianos y pequeños se agotaron en tan descomunal empresa, ya no quedó paga para alimentar la esencia del sistema: la guerra.
Frente a este sacrilegio, como ya no era negocio producir armas y parque, la industria militar se encontró en un dilema: o se declaraba en quiebra o reconvertía todas sus instalaciones.
El sistema no está dispuesto a perder ni cuando pierde. Así que buena parte de los emporios armamentistas se convirtieron en empresas turísticas “all included”. Por una cantidad pagadera en cómodos plazos (hasta de dos o tres décadas), se podía viajar a la Atlántida Refurbished y asistir, como oyente, a todas las clases y sesiones que eran obligatorias para gobernantes y aspirantes a serlo.
Otras empresas militares fueron más visionarias: se dedicaron a confeccionar pelotas y balones de todos los tamaños y colores.
Los efectos fueron casi inmediatos. Con una parte de la industria dedicada al turismo “Humano Universal” (así se cotizaba en las Bolsas de Valores), y la otra consagrada en la elaboración de balones y pelotas, se dejaron de fabricar balas y bombas. Así que, en las guerras “en curso”, se agotaron rápidamente las reservas. Los bombarderos se quedaron sin misiles y bombas, los soldados sin balas ni granadas.
Las tripulaciones de los bombarderos miraron, desconcertadas, que los abastecían de balones en lugar de misiles teledirigidos con todo incluido: vista infrarroja, servibar, cancha de tenis y alberca jacuzzi. Sobre el campo enemigo arrojaron su carga.
En las trincheras, donde ya se habían quedado sin parque, los soldados vieron caer una lluvia de balones. Creyeron que era una trampa y esperaron a que explotaran. Como no ocurrió eso, enojados por lo que consideraron una burla, arrojaron los balones a la trinchera enemiga. Los malditos enemigos, se tendieron en el suelo, pensando que eran granadas disfrazadas de pelotas. Así se la pasaron unos días, intercambiando balonazos.
Ambos bandos reportaron a sus respectivas superioridades. En los Estados Mayores de los ejércitos rivales, los generales discutieron el significado.
En las trincheras, aburridos, los ejércitos siguieron arrojándose balones de uno a otro lado. En determinado momento, uno de los soldados se animó, salió de su trinchera y, colocando el balón en el área penal, ejecutó un disparo. Un reflejo ancestral estremeció a sus compañeros y un grito de ¡Goool!, sacudió la extendida línea quebrada de parapetos y casamatas. El equipo, quiero decir, el ejército que había recibido el gol, herido en su orgullo, respondió con un patadón que, hay que decirlo, se incrustó en la esquina del marco contrario y entonces fueron los malditos enemigos quienes corearon el tanto.
Hubo un momento de expectación.
Los oficiales al mando de cada grupo salieron a conferenciar en medio del campo de batalla. Se acercaron con recelo y desconfianza. No sólo eran enemigos a muerte, también tenían ideologías, creencias, lenguas, culturas, banderas, modos y modas distintas.
Con señas y muecas se refirieron a uno de los balones que había quedado en medio del campo de batalla. Después de un intercambio que, a lo lejos al menos, pareció acalorado, regresaron a sus respectivas posiciones maldiciendo al contrario.
En ambos lados, la tropa se preparó para recibir la orden de un ataque cuerpo a cuerpo y a morir, pero el mando sólo dijo: “Ya se armó la reta, hagan sus equipos”.
No sin dificultades, por los cráteres dejados por bombas y metralla, se reanudaron los partidos, es decir, los combates. Los uniformes no fueron problema porque de por sí eran distintos. Como no hubo árbitro que se arriesgara, los mandos acordaron una especie de fairplay apelando al honor militar.
Al final, el torneo lo ganó un equipo mixto. Resulta que los que quedaban en cada ejército, no completaban para un equipo, así que acordaron formarlo con elementos de uno y otro bando. Para no confundirse con los uniformes, se los quitaron. Ropa interior de todos los colores ondeó, como bandera, en el podio del triunfador.
En los respectivos Estado Mayores, los generales, dobladas las espaldas por tantas medallas y condecoraciones, todavía siguen discutiendo qué hacer.
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¿Y los gobernantes y quienes aspiraban a serlo? Bueno, están atorados en la suma y multiplicación. Sólo han aprobado la resta y la división. El arte, como debe de ser, no esperó y los compas musicales se arrancaron con la Cumbia del Sapito. Todo el mundo se puso a bailar, incluso l@s científic@s que, para no perderse el bailongo, dejaron a unos gobernantes y aspirantes repasando la tabla del 7; los demás debían estudiar la tabla periódica para que entendieran que el dinero no es un elemento esencial para la vida.
Tan-tan.
El SupMarcos.
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