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"Por un viaje a Chiapas"

Por Luis Pescetti, publicado en Camino al andar, 25 de mayo de 2021.


Escritor, músico y cantante, Luis Pescetti nació en Argentina en 1958, pero convirtió a México en su segunda patria. Ha ganado premios tan variados como el Casa de las Américas, el Konex y el Grammy Latino, y cinco veces el Premio Gardel, concedido a lo más granado de la música en Argentina. Sus palabras y sus melodías han emocionado y han hecho reír a lectores y escuchas de todas las edades. “Tenemos de genios lo que conservamos de niños”, decía Baudelaire, y Pescetti lo pone en práctica.


El pasado verano, el autor de El ciudadano de mis zapatos estuvo en Chiapas, departiendo con niños de las comunidades indígenas. Le pedimos que narrara su experiencia y nos la envió a modo de una carta-video en la que dialoga con un amigo al que conoce desde hace muchas lunas.


A Juan Villoro, que me invitó a compartir mi viaje a Chiapas

“Juan; buen día, espero que estén bien de ánimo y salud. Sólo un saludo porque hoy me acordé de vos, releyendo “Fuera de lugar”, las memorias de Edward Said por la charla que diste en León, contando que fuiste un mexicano que cubría el cupo de los nacionales invitados a una escuela alemana, entonces tu familia que no podía ayudarte en las tareas, y tu extrañeza desplazándote entre dos idiomas. Fue con este párrafo: “Todo el mundo vive su vida en un idioma determinado. Por consiguiente, las experiencias de todo el mundo tienen lugar, son absorbidas y recordadas en ese idioma. La división básica en el seno de mi vida es la que hay entre el árabe, mi idioma natal, y el inglés, el idioma de mi educación y mi expresión posterior como académico y profesor. Por esa razón, el hecho de intentar narrar una parte de mi vida en el idioma de la otra ha sido una tarea realmente compleja…. Junto con el idioma es la geografía” En el verano del 2020 estuve 10 días en Chiapas, con comunidades tsotsiles y tseltales, un ejemplo muy cercano de niños que crecen en ese cruce de vida, bueno, se hizo largo, pero era eso un abrazo Luis”

“Querido Luis: Qué alegría que recuerdes ese comentario y que lo asocies con la brillante reflexión de Said, un pensador y crítico literario al que admiro mucho. Me da gusto que cada vez tengas un público más amplio, que atraviesa los países y las edades. No hay mejor embajada que tus palabras y tu música. ¿Te animarías a escribir un par de páginas sobre tu experiencia en Chiapas? Sería un lujo que compartieras tu experiencia de verano con los niños de Chiapas. Un abrazo muy grande Juan”

Querido Juan, fíjate que, por una de esas crisis laicas, que pueden darnos, hubo un verano (invierno en México) en que tenía libre unas dos semanas, pero ningún lugar se me antojaba para viajar.

Mi querida amiga Monique me dijo: “¿Y por qué no vas a la Taraumara?”. Fue escucharla y que me viniera el recuerdo de cuando tenía mi programa en Radio Unam y estaba en Bizbirije en Canal Once, y llegaban muchos saludos y entre esos, un día: una foto de dos niños en una selva, con dos líneas:

“Luis, estos niños de un campamento zapatista se divierten con tus juegos”.

Fue su idea y ese recuerdo, y sentí un torbellino de paz y decisión. San Cristóbal había de ser.

Hace muchos años oí a Octavio Paz en una charla “México es nuestro cercano oriente”, dijo. Por los días de mi viaje tenía a una amiga peleando y perdiendo una batalla dura contra una enfermedad, ella quería ir a la India, a sanarse, que no a curarse. Tita, le decía con cariño, yo me voy a Chiapas como quien se va a la India; pero tú te vas a la India de verdad.

Le escribí a Maruca, una querida amiga, maestra de música en comunidades de ahí, que si podía acompañarla a ver cómo trabajaba. Ella respondió cauta, yo sentí que no me querían, como debe de ser. El punto es que ella claro que me mostraba su trabajo, pero que ¿por qué no cantaba algo yo? Es que yo quería ir lo más invisible que se pudiera. Pero, por grandote y güero, la mejor invisibilidad me la aseguraba la guitarra. Para que luego no dijeran “Ma, ¡vino un güero y nada más miraba!”. Sino: “Vino un güero y cantó”, y ya: invisible como quería.

Aco y Alfonso, me ayudaron a encontrar un hotelito en San Cristóbal, bello, silencioso.

Maruca me llevó en su auto, que es otra aventura temeraria y tierna. Nos detuvieron unos retenes, en alguno contribuimos, en otro nada más nos identificamos: cumplidos con lo de cada caso.

Cuando llegamos a la primera comunidad, los niños la recibieron felices por la visita, y miraban con alboroto contenido, se asomaban, echaban risas y se regresaban al salón. Ella me presentó, salimos a un amplio y hermoso terreno, cantó, hizo rondas. Luego me pasó la guitarra.

Me pidió que la acompañe a saludar a una familia. Mientras caminábamos yo pensaba: “¿Cómo será la noche, acá?”. Nos recibieron, Maruca les cantó, y ahí uno se acuerda lo que era el canto. Se hizo un silencio hondo, Juan. En ese lugar, sin radio ni biblioteca, la canción era eso que, ahora de tan accesible ya no alcanzamos. Sus rostros que no expresaban emoción, salvo las lágrimas que les caían.

Igual en otra casa. A la abuela le dio sentimiento. Luego: – ¿Cómo que se van? ¿Cómo que tan poco? ¿Cómo que sin comer?

Porque yo, Juan, en lo del estómago si soy güero y ya me pasó otra vez al volver de Chiapas de bajarme del avión en sillas de ruedas, por la mala mezcla de lo que todos comían sin problemas, conmigo mismo. Y ya no quería buscarle porque el viaje seguía. Sólo por eso, la descortesía como huésped.

¿Cómo que tan poco? ¿Cómo que sin comer? Todo lo dan, Juan, ya sabés: pero más, su tiempo sincero. Nos fuimos, gracias a mucha decisión, a su respeto y a firmes promesas.

Camino al carro, baja un señor a nuestro encuentro, de la mano de su hijita:

– Maestra, por favor, ¿va a casa a cantar una ranchera?

Así de en serio lo de cantar, Juan. Por alguna razón ya no podíamos quedarnos, ella le dijo que ahorita no podíamos – ¿Y cuándo vuelve? – Como en dos meses. Yo la miré, ¿Cómo que dos meses? Porque lo dijo como quien dice: en media hora. Pero el papá sonrió: – Ah, bueno, pues, ahí la esperamos. Como si dijera: “en media hora entonces la vemos”.

Juan, si el tiempo se mide por lo que cambia, lo que tarda o lo que llega, era espera en otro tiempo.

Otro día fuimos a otra comunidad. No hagas caso a las fotos que parezco un pastor gringo en Cancún. Estos habían sido desplazados, a causa de la religión. Tuvieron que partir de noche, para salvarse. Empezaron de nuevo. Como en la anterior visita: los niños tiernos, respetuosos, llenos de vitalidad. Generosos: primero por lo que agradecen la visita, luego por cómo te oyen o participan. Siempre te hacen sentir honrado, lleno de dones. Al venir, al estar, cuando te vas. Uno diría “el que menos tiene el que más te da o te llena”, pero “tiene” de qué, Juan si el que precisó ese viaje fui yo, ¿verdad?

Siempre volvía a mi hotelito a repasar lo vivido, que era mucho y mezclaba la alegría, con relatos durísimos, de discriminación o desplazamientos. Daba pudor ir tan pleno en una tierra que a sus propios hijos les prestaba el espacio. Ellos, caminando con el aire encogido en torno suyo. Y, como dice Said, hablando y aprendiendo en la escuela con otra lengua. Es cierto que la lengua es el hogar, Juan, como en tu anécdota, como en lo que cuenta Said, o como mis abuelos que no nos enseñaron el piamontés, acá se ve y se sabe que es así. No ser ciudadano de la tierra en que naciste.

Escribí:

De quién es la tierra que piso, de quién habla la lengua que aprendo. De quién es mi cuerpo, mi nariz, mi boca y el aire que devuelvo.

Fuimos a San Juan Chamula. Nos guio un poeta, Tex, tan respetuoso con el relato, casi susurrado entre imágenes de santos, humo, gente arrodillada que en ese mismo instante estaban pidiendo de corazón, por cosas de verdad. Nos permitían verlos, que es su generosa e inteligente manera de no desaparecer. Todos con el celular apagado, hasta que Tex se disculpó, lo llamaron pues un turista había sacado fotos. Le pidieron el celular, borraron las fotos, se lo regresaron y lo escoltaron hasta la salida. Yo creo que desde su primaría no había recibido una lección así, ese señor. ¿400 años sin que la iglesia descubriera que seguían con sus ceremonias? Eso recuerdo, luego una guerra, luego la paz, a condición de que la iglesia quede abierta, pero sin cura.

Tex nos recitó una oración como las que estaban diciendo los que pedían. Pensé en mi amiga y, cuando salimos, encendí el celular y le pedí que por favor me la dejara grabar para Tita, en Medellín, se la envié.

Aco atiende unas reservas, surgió la idea de hacer un concierto, gratis, para agradecer y compartir. Vino gente de muchas partes. Maruca llegó como dos horas después de la prueba de sonido y 5 minutos antes de que me viera obligado a empezar solo; pero eso se lo perdonamos y ni nos acordamos, Juan, porque nos cautivó igual a lo que vi en las comunidades.

El día antes de regresar desayuné con Tex. Me contó cuando dejó la comunidad para ir a la universidad, que uno de sus profesores era marxista, creo, entonces Tex volvía a su casa le discutía a su mamá: que no eran ciertos sus dioses. Y volvía con su profesor. Yo le decía de mis viajes entre la Universidad en Buenos Aires y los regresos a mi pueblo de agricultores, mi papá mecánico. El caso es que así un par de años, hasta que el profesor tuvo un traspié amoroso y preso del dolor lloraba y dijo “Dios, ¿por qué me pasa esto?” y Tex, me contó que lo miró y exclamó: “pero ¿no que no? Yo me moría de risa, porque como que le borró las fotos al celular del profe, ¿no? y lo escoltó afuerita de su templo, casi casi. El caso es que volvió a su casa y le pidió disculpas a su madre.

Otra vez, Juan, como en Said, en tu infancia, y la mía en el pueblo: navegando entre dos culturas. Note digo la de veces que hubiera querido volver a decirles lo mismo a mis padres. Pero lo hice con los libros y las canciones.

Fue un tiempo como un bálsamo, Juan, la ternura, tan unida a la templanza. Luego regresé, aunque espero ser de allá también, al menos como Chiapas pasó a ser de mis razones y mi corazón. Te comparto el poema de Tex, así lo escuchamos juntos. Lo lee y lo traduce Tex.

Luis Pescetti

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