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Una larga lucha que prosigue

Publicado en Camino al Andar

8 de octubre de 2022

Por Jorge Alonso Sánchez

La comunidad coca de Mezcala vivió el 4 de octubre de 2022 una jornada que muestra que la resistencia y organización de los de abajo es capaz de conseguir victorias populares que quedan marcadas no solo en la historia de este pueblo heroico y rebelde, sino que irradian hacia las incansables luchas de nuestros pueblos originarios. Las y los comuneros de Mezcala habían hecho saber que ese día tomarían posesión de las tierras que le habían sido invadidas. Recordaron que históricamente el mantenimiento de su territorio había estado en el centro de sus vidas y organización. Habían librado conquistas, invasiones, criminalizaciones, desconocimiento, olvido y desprecio. Lo que les había permitido llegar a ese acontecimiento era el hecho de que su identidad, historia y tradiciones tenían como centro su territorio. Apuntaron que desde 1999 habían sufrido una injusta y cínica invasión por parte de un empresario que había burlado y manipulado todas las leyes. Desde 2002 la comunidad promovió un juicio para recuperar sus tierras, y después de recorrer muchos juzgados finalmente en 2021 había conseguido una sentencia que determinaba que el invasor debía regresar las tierras invadidas a la comunidad indígena. Enfatizó que el pueblo de Mezcala había triunfado no solo por tener sentencias favorables que confirmaban que Mezcala era el dueño único de su territorio, sino por su empeño por enfrentar la soberbia del dinero. Orgullosamente la comunidad proclamaba que la tierra no se vendía, sino se amaba, trabajaba y defendía. Invitaron a quienes habían apoyado su lucha que era por conservarse como comunidad y por la vida a acompañarlos a la recuperación de las tierras usurpadas. Las y los comuneros hacían saber que esas más de dos décadas habían sido de una difícil lucha, llena de sufrimientos, pero que culminaba en victoria.


En la primera década del siglo XXI el invasor, comprando autoridades, había logrado que cuatro comuneros fueran encarcelados. A inicios de la segunda década de este siglo con sus influencias, complicidades y sobornos consiguió que fueran criminalizados once comuneros más. A inicios de la tercera década se ejecutó la sentencia que les restituía lo que les había sido despojado. Le fue restituida a la comunidad la superficie ocupada por el invasor y se le restituyeron todos los derechos sobre la misma. Así terminaba una lucha jurídica e iniciaba la lucha por mantener ese espacio con la idea de comunidad. La comunera y concejala del Concejo Indígena de Gobierno, Rocío Moreno, había estado en la cárcel junto a otros diez compañeros por denuncias infundadas por parte del invasor y que autoridades corruptas habían hecho efectivas. Rocío declaró que la casa que el invasor había levantado en tierras comunales sería la primera construcción que se destinaría para el proyecto de una universidad comunitaria para jóvenes de la comunidad y de pueblos originarios cercanos. Se estaba pensando en cuatro carreras: derecho, agroecología, turismo con gastronomía y pedagogía. Ya tenían un buen lote de libros que sería la base de una biblioteca que se iría ampliando. Precisó que esa universidad correspondería a la autonomía de la comunidad, pues los programas educativos se irían diseñando por las y los comuneros. Algo importante que advirtió Rocío fue que, aunque estaban contentos con este logro, sabían que no debían bajar la guardia, pues aún podrían surgir amenazas contra la comunidad. Una comisión de 25 comuneros se encargaría de cuidar el predio recuperado, pero se pedía a las autoridades competentes que, debido a los violentos antecedentes del invasor, se siguiera brindando seguridad a la comunidad.


En el contexto de este importante logro, quisiera compartir algunos párrafos del discurso que pronuncié cuando el 29 de septiembre de 2011 me entregaron el premio Jalisco en el ámbito humanístico:


“Señor Gobernador, organizadores de esta entrega del Premio Jalisco, quienes están recibiendo dicho premio, y asistentes a este acto.


Sería un atrevimiento imperdonable que insinuara que hablo en nombre de los que han sido premiados en esta ceremonia con el Premio Jalisco, pues no nos reunimos previamente; pero no creo faltar a la verdad si digo que todos expresamos nuestro agradecimiento.


Quiero aprovechar esta ocasión para ligar mi propia trayectoria con la de un colectivo jalisciense digno de reconocimiento: el pueblo originario de Mezcala. Debo confesar que actualmente me encuentro en un proceso de revisión intelectual, y que entre los colectivos que me han interpelado profundamente se encuentra la comunidad indígena de Mezcala. Hace más de tres años que me reúno con académicos y colectivos en un seminario sobre movimientos sociales en donde sus participantes me han conducido a replantearme interpretaciones insuficientes y a indagar perspectivas retadoras e innovadoras. La experiencia que más pistas me ha abierto es la del pueblo originario de Mezcala. Se trata de un núcleo indígena que lleva muchos siglos asentado en donde ahora se encuentra. Ha ido forjando una sólida identidad histórica, en la que los acontecimientos pasados no están cerrados en sí mismos, sino que interactúan dinámicamente en su presente, con lo que realiza una síntesis genética entre diacronía y sincronía. Desde hace mucho ha resistido diversos intentos de despojo, y ha sabido mantener y cuidar su territorio. En la guerra de independencia combatió durante muchos años, y heroicamente contribuyó a construir uno de los episodios más admirables de esa época. Eso le ha merecido que su lucha se encuentre con letras doradas en el Congreso estatal y que en los actos que celebran el grito de independencia haya gobernantes que le den un lugar especial, como el que realmente se forjó en esa gesta primordial para la historia patria.


Los actuales auténticos comuneros de Mezcala saben que sus ancestros les susurran a diario que mantengan con honor las tierras por las que dieron su vida. Sería una gran incongruencia enaltecer a los que entonces lucharon y atentar contra sus descendientes. Tenemos que disolver la contradicción de honrar a los indígenas ya muertos, que encerramos en narraciones y en museos, y vilipendiar a los indígenas vivos.


El pueblo originario de Mezcala se encuentra ahora ante uno de los asedios más duros e injustos que intenta despojarlo de sus tierras comunales y de su legítimo derecho a su autonomía. Desde hace diez años tiene interpuesto un juicio en contra de una invasión, pero los argumentos jurídicos agrarios bien fundados no han sido atendidos. El invasor, con apoyos políticos cómplices y corruptos, ha escalado la agresión, ha armado a un grupo paramilitar que no sólo pone en riesgo la vida de comuneros, sino que constituye una situación sumamente peligrosa para la seguridad regional. Otro agravio ha sido la injusta orden de aprehensión contra una decena de comuneros. El invasor violó la ley al poner en otro sitio de las tierras comunales un aparato para usurpar agua de la comunidad. Varios comuneros acatando una orden de la asamblea, que es la autoridad comunal, fueron a defender su territorio y su agua y desmontaron el artefacto que fue colocado en terrenos que les pertenecen. En lugar de que el invasor responda por esos actos ilegales, se ha torcido la legalidad en perjuicio de dichos comuneros con graves violaciones al debido proceso, a la seguridad jurídica y al resto de garantías judiciales. Se han vulnerado también los derechos humanos de los comuneros y el derecho agrario. Resulta muy indignante que se proteja al agresor, y que los agredidos, encima, sean hostigados. Pero quienes pretenden despojar de sus tierras comunales al pueblo originario de Mezcala han abierto otros frentes con la complicidad de una funcionaria de la Procuraduría agraria la cual, extralimitando sus atribuciones, impunemente ha estado manipulando las asambleas para hacer una elección fraudulenta y para presionar a favor del invasor. Si no se produjeran tantas afrentas e iniquidades, podríamos pensar que hay autoridades que nos presentan una escenificación bufa del fin que justifica los medios, donde los medios obviamente no son éticos, pero los fines tampoco son loables, pues sin investigar lo más mínimo, siguiendo consignas corruptas, hay rapidez mañosa en consignar y encarcelar inocentes, mientras hay pereza e ineptitud para atrapar a los verdaderos criminales. Si ya es sumamente grave que lo estatal se supedite a los poderes fácticos, es todavía más escandaloso que se ponga al servicio de las alevosías de un particular.


La situación de Mezcala y sus implicaciones han sido puntualizadas y denunciadas en este mes de septiembre por el pronunciamiento del Primer Encuentro de antropólogos brasileños y mexicanos que se difundió nacional e internacionalmente; por otro pronunciamiento hecho por el Congreso Nacional Indígena; por los documentos hechos públicos por el Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo, y por los editorialistas Jorge Narro, Augusto Chacón, Jorge Rocha, Diego Petersen y Alberto Aziz (con quien escribí el libro México: una democracia vulnerada). El Consejo Consultivo de la Comisión Estatal Indígena se ha pronunciado enérgicamente en contra de la persecución e intimidación que funcionarios de diversos órdenes y niveles estatales están realizando en contra de la comunidad de Mezcala; ha exigido que se retiren las injustas y viciadas órdenes de aprehensión giradas contra diez comuneros que están defendiendo el territorio de la comunidad, su autonomía, su cultura y su historia. Nuestro país se está resquebrajando por tanta injusticia, violencia e impunidad. El año de 2011 se ha caracterizado mundialmente por la multiplicación y propagación de manifestaciones de indignación contra diversas injusticias, y estos movimientos han estallado por circunstancias emblemáticas similares a lo que aquí sucede en Mezcala. No podemos quedarnos callados ante la criminalización, persecución y hostigamiento de los actos de defensa de los bienes comunes. En este ambiente de premiaciones individuales y colectivas me permito entregar mi reconocimiento económico a Vicente Paredes, uno de los comuneros que está sufriendo esta gran injusticia por defender las tierras comunales, y quien ha sido un articulista en la Revista del CIESAS que yo dirijo y la cual se encuentra reconocida por una quincena de índices académicos internacionales; y lo hago para que los comuneros injustamente perseguidos lo usen en su propia defensa, en el resguardo de la historia viva de su colectividad, y en la salvaguarda de las tierras comunales de Mezcala. Jalisco debería estar orgulloso del pueblo originario de Mezcala, no nos convirtamos en cómplices del intrincado anudamiento de violencias que está padeciendo”.


Jorge Alonso Sánchez

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