Publicado en Diario Mx
5 de enero de 2024
Por Juan Villoro
El movimiento zapatista se convirtió desde hace 30 años, en el remedio para transformar las condiciones de vida de una región del tamaño de Bélgica
Ocosingo, Chiapas.- El 1 de enero de 1994, Andrés había tenido la mala suerte de ser mordido por un perro rabioso y se sometía a un tratamiento de 14 inyecciones. Al salir en busca de medicamento, se encontró con otra forma de la rabia. Los zapatistas habían tomado San Cristóbal de Las Casas.
Desde entonces, Andrés no ha dejado de recorrer el estado de Chiapas. El joven que a los 20 años caminaba por calles sin luz eléctrica en busca de una farmacia, ha encontrado remedios para la desesperanza en el movimiento que transformó las condiciones de vida en una región del tamaño aproximado de Bélgica y que ha influido en las luchas sociales de numerosos países.
Antes que Seattle y Porto Alegre, la lucha de los pueblos mayas inauguró la protesta mundial contra los desastres de la globalización.
Viajé en compañía de Andrés al Caracol Dolores Hidalgo. En el trayecto, hablamos de la inseguridad que mantiene al país en la zozobra. El tramo de San Cristóbal a Ocosingo, supuestamente patrullado por la Guardia Nacional, se consideraba peligroso. En cambio, el trayecto de Toniná a Dolores Hidalgo ocurriría en un país dentro del país donde se daba la bienvenida a los visitantes con la ironía que ya tipifica al EZLN: una manta decía "Despierten dormilones", y otra "¿A qué viniste? ¿Le entras o no le entras?".
El paisaje, cubierto de una vegetación en la que los pinos alternaban con las palmas, parecía citar a Goethe: los cerros nos rodeaban de modo imponente pero "en cada cima imperaba la calma". Andrés improvisó un aforismo para explicar la tranquilidad circundante: "La gente cuida a la gente". No nos podía pasar nada si éramos muchos y, sobre todo, si éramos bienvenidos. El 29 de diciembre, 899 participantes se habían registrado en la Universidad de la Tierra en San Cristóbal para asistir al doble aniversario zapatista: cuarenta años de lucha y treinta del levantamiento. La cantidad de participantes se incrementó con las comunidades indígenas que llegaban por distintas rutas y con los que se inscribieron en el Caracol mismo. En uno de los primeros comunicados sobre el festejo se advirtió de la violencia que campea en Chiapas. Sin embargo, los peregrinos concurrieron en masa a visitar a los profesionales de la esperanza.
Lo primero que se comentaba en las casetas de madera donde humeaban las ollas del café y de los tamales era el enigma de la llegada. Los comunistas de Nayarit habían hecho 25 horas de carretera, esfuerzo descomunal que, sin embargo, se relativizaba al oír las historias de quienes venían de Grecia, Italia y Alemania, por no hablar de Irán.
¿Qué clase de personas asistían a la gesta? La mayoría eran reincidentes, de modo que estábamos ante el típico personal de apoyo zapatista, donde hasta lo típico es heterodoxo.
Hice el trayecto de San Cristóbal a Toniná en caravana con el grupo gallego Payasos en Rebeldía. Su objetivo vital es lograr que la gente piense por medio de la risa en lugares donde el entorno se empecina en conspirar contra el humor. Hace poco estuvieron en Gaza, ahora volvían a Chiapas. El conductor de su camioneta era un físico catalán. Este reparto es tan común en los Caracoles como la presencia de comunidades que se encuentran por primera vez. En la Enfermería de Dolores Hidalgo oí un diálogo entre un hombre y una mujer que avanzaba con respetuosa lentitud, como si cada pregunta desembocara en otra pregunta. Al cabo de un rato supe que él hablaba en tzeltal, variante maya de la zona, pero ella en tzotzil porque venía de los Altos de Chiapas. Les pregunté si se habían entendido. "Lo suficiente", dijo él con una sonrisa.
Estábamos en un territorio de signos y representaciones donde entenderíamos "lo suficiente", sin que la mayor parte de las cosas perdieran su misterio.
Durante varias horas se escenificaron obras de teatro en una inmensa explanada de pasto del tamaño de tres o cuatro canchas de futbol, rodeada de pequeñas tribunas de madera con techo de palma.
El zapatismo se ha afincado en espacios agrarios que producen frijol, cacao, café, maíz, miel y el cilantro que mejora los guisos de las ciudades chiapanecas. Su idea del progreso revierte la historia de la explotación agrícola. Hablé al respecto con Carlos González, abogado del Concejo Nacional Indígena. La legislación zapatista ha hecho un peculiar viraje: la no propiedad de la tierra. En vez de colectivizar el territorio, la propia naturaleza se convierte en terrateniente. La prioridad es preservarla; en caso necesario, y solicitando el debido perdón, se puede convertir en material de trabajo.
González acaba de recuperar 2 mil 585 hectáreas que habían sido arrebatadas al pueblo huichol. "El argumento de los ganaderos es que esas tierras no les pertenecen a los indígenas porque no las trabajan", comenta. Pero la prioridad de las comunidades no es explotar al máximo la naturaleza sino cuidarla. No se trata, pues, de tierras "ociosas", sino conservadas.
Con el mismo criterio, los zapatistas han salvado plantas ya desaparecidas en otras partes del estado a causa de la fumigación y los fertilizantes.
De manera lógica, las obras de teatro creadas por los Caracoles abordaron el tema de la tenencia de la tierra. En una de ellas, una chica exclamó: "¡Hay que cambiar el mundo!", y recibió una respuesta de distanciamiento brechtiano: "Esto es teatro". Entonces la chica informó que también el teatro cambia la realidad.
Los festejos desembocaron en un desfile de milicianas y milicianos a ritmo de cumbia. Ninguno portaba otra arma que las macanas que percutían al compás de la música.
Maestros de la expectativa, los zapatistas lograron que el acto fuera recibido con una atención acrecentada por la espera. Después de 20 comunicados, largas travesías para llegar, una noche en tienda de campaña y un día entero de obras de teatro, se esperaba una suerte de milagro.
El alcohol está prohibido en las zonas zapatistas, pero los bailes, las risas y los abrazos compartidos habían producido una feliz embriaguez. En ese clima de comunión llegó el discurso del subcomandante Moisés.
Durante 20 minutos habló en tzeltal, improvisando pasajes que luego reprodujo en español. Habló de la vocación de paz del zapatismo, pero también de su disposición a defenderse.
Durante toda la jornada, Moisés había permanecido en el estrado principal, un templete de madera sin más adorno que las fotos de los muertos zapatistas. Desde ahí vio todas las obras de teatro.
Lo más sorprendente de su discurso fue la importancia que dio a la forma en que los jóvenes representan la realidad. Valoró el significado del teatro, pero pidió llevar ese mismo mensaje al mundo de los hechos. Y agregó algo que no parecía estar destinado a las comunidades sino a los visitantes: "Hay que organizarse". Durante 30 años, los devotos de la causa han ido a Chiapas en busca de nueva luz. El gran desafío, es el de ser zapatista fuera de territorio zapatista. Algunos ya lo logran. Un colectivo griego llegó con el calendario que cada año venden con gran éxito, en apoyo al EZLN. Su representación de los días es un hecho político.
Estábamos en una parte del mundo que desde hace mucho se rige por los ciclos. Un venturoso azar había hecho que el aniversario cayera en domingo. El calendario apoyaba la causa: el futuro comenzaba en lunes.
De manera escueta, Moisés resumió el sentido de una épica de tres décadas. Luego vinieron los cohetes que no pueden faltar en toda fiesta mexicana.
Me reuní con Andrés al centro del campo. Hace 30 años, él escuchó otra clase de detonaciones. Ahora la pólvora era la munición del festejo.
Poco a poco, el humo se disipó y pudimos ver la luna llena, atravesada por una nube, que, como todo en esa noche, parecía tan frágil y resistente como los sueños.
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