Publicado en La Jornada
16 de agosto de 2024
Con sombrero Fedora o con gorra de visera estilo bolchevique o con cachucha plana en espiga o con boina era difícil ver en la vida diaria a Sergio Checo Valdez Ruvalcaba sin cubrirse la cabeza. Las usaba en la calle, en el estudio, en la cantina, en las alejadas comunidades chiapanecas, coordinando la ejecución de murales en Munich o mezcaleando y arreglando el mundo en casa de Daniel Tapia.
La broma en automático era si dormía con ellas. Él respondía con una sonrisa.
Nacido en 1940 en una familia humilde ligada a las artes gráficas, Checo fue, entre otras cosas, dibujante, publicista, diseñador editorial e industrial, monero que hizo sus pininos en la revista Ráfaga (oficio en que Rius le abrió la puerta), historietista (autor del cómic El Mulato), pintor, maestro universitario (según él, no daba clases, las facilitaba), promotor cultural, escenógrafo y vestuarista premiado, productor discográfico, activista en los movimientos médico (1964-65) y en el estudiantil popular de 1968 y preso político durante poco más de un año.
Marcado por la obra de David Alfaro Siqueiros y su incesante experimentación, Sergio, a pesar de ser conocido en muchos países como impulsor del muralismo comunitario y coordinador de la obra Vida y sueños de la Cañada Perla, rechazó ser muralista. “Es que suena muy acá, muy grande –decía–. Yo soy un simple muralero.”
Creía en la necesidad de un arte para servir y no para servirse. No se reconoció como artista. Admitió: “Tengo prejuicios hacia quienes, con un ego enorme, se creen artistas. Me dicen artista y siento feo. Para mí, no es tan valiosa mi obra como la acción social”. En sus proyectos de muralismo comunitario, explicaba: “No vamos como artistas a pintar.
Llegamos como promotores, para animar a que la gente que no se atreve a pintar, lo haga”.
Sin embargo, se permitía travesuras personales del espíritu que tomaban la forma de instalaciones, para las que recogía arena y agua de todos los estados como representación de la fascinante riqueza de nuestros litorales.
Nacido en 1940 en una familia humilde ligada a las artes gráficas, Checo fue, entre otras cosas, dibujante, publicista, diseñador editorial e industrial, monero que hizo sus pininos en la revista Ráfaga (oficio en que Rius le abrió la puerta), historietista (autor del cómic El Mulato), pintor, maestro universitario (según él, no daba clases, las facilitaba), promotor cultural, escenógrafo y vestuarista premiado, productor discográfico, activista en los movimientos médico (1964-65) y en el estudiantil popular de 1968 y preso político durante poco más de un año.
Marcado por la obra de David Alfaro Siqueiros y su incesante experimentación, Sergio, a pesar de ser conocido en muchos países como impulsor del muralismo comunitario y coordinador de la obra Vida y sueños de la Cañada Perla, rechazó ser muralista. “Es que suena muy acá, muy grande –decía–. Yo soy un simple muralero.”
Creía en la necesidad de un arte para servir y no para servirse. No se reconoció como artista. Admitió: “Tengo prejuicios hacia quienes, con un ego enorme, se creen artistas. Me dicen artista y siento feo. Para mí, no es tan valiosa mi obra como la acción social”. En sus proyectos de muralismo comunitario, explicaba: “No vamos como artistas a pintar. Llegamos como promotores, para animar a que la gente que no se atreve a pintar, lo haga”.
Sin embargo, se permitía travesuras personales del espíritu que tomaban la forma de instalaciones, para las que recogía arena y agua de todos los estados como representación de la fascinante riqueza de nuestros litorales.
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