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Para enfrentar la emergencia climática hay que construir el futuro

Publicado en Rebelión

1 de marzo de 2024



El 2023 será recordado como el año en que nuestras teorías sobre el cambio climático alcanzaron su límite. Lo que vivimos este año no sólo fue inédito en cuanto a lo que experimentamos, sino que fue inesperado para la mayoría de los expertos en el mundo.


En noviembre Hansen y otros escribieron: “Según el actual enfoque geopolítico de las emisiones de GEI, el calentamiento global superará los 1,5°C en la década de 2020 y los 2°C antes de 2050. Los impactos sobre las personas y la naturaleza se acelerarán a medida que el calentamiento global aumente los extremos hidrometeorológicos”[1]. Es importante recordar que la política del clima propone dos fechas míticas: el 2030 para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad con el fin de evitar el alza de las temperaturas promedio en el planeta en 1.5° C, y el 2050 como el año en que se deberían eliminar por completo —el mítico Net Zero—. Ambas metas son ya inalcanzables. En el 2015, año en que se firmó el Tratado de París y se estableció el 2050 como fecha paradigmática, se esperaba que, de seguir todo como entonces, la temperatura llegaría al 1.5° en el año 2045. Como se lee en la cita de Hansen y en otros lugares, el 1.5°C será superado en estos años, tan pronto como el 2024[2], y al paso que vamos, se superarán los 2°C en la década del 2030. La ONU dice que “Para limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales, las emisiones deben estar disminuyendo y deben reducirse a casi la mitad para 2030, es decir, apenas faltan siete años. Pero estamos drásticamente desviados de este objetivo[3].


Superar el 1.5° C, o estar en sus inmediaciones, nos envía a un mundo desconocido. En realidad, no sabemos qué pasará porque será algo inédito en los registros históricos de la humanidad. Según datos del servicio meteorológico Copernicus de la Unión Europea, el año que termina fue el más caluroso en el registro histórico (desde 1850), superando al promedio anual de mediados del siglo XIX en 1.48°C. Peor aún, según Carlo Buontempo, director de Copernicus, 2023 es el año más caluroso en los últimos 10,000 años[4].

El año anterior tuvimos una pequeña probada de lo que está por venir: en México, por ejemplo, padecimos el huracán Otis, que pasó de tormenta tropical a huracán nivel 5 en menos de 24 horas. La velocidad de este cambio tomó por sorpresa a los expertos del mundo entero. 


Bien lo dijo Buontempo: “Simplemente no había ciudades, ni libros, ni agricultura ni animales domesticados en este planeta la última vez que la temperatura fue tan alta”[6].

Las sorpresas climáticas continuarán en los años por venir debido a que hemos alcanzado los límites de lo que podemos predecir con certeza dado lo que sabemos. Para entender mejor lo que acabamos de decir, es necesario explicar cómo se construyen los modelos climáticos. Básicamente, un modelo climático es un modelo probabilístico que toma distintas variables relevantes (precipitación, temperatura, presión, y otras) y estima la evolución en el tiempo de cierto parámetro, por ejemplo, la temperatura. Predecir la evolución hacia el futuro implica dos grandes puntos de partida teóricos. 1) El deductivo supone que existe un conjunto de datos que nos permite estimar el futuro con cierta confianza; esta confianza viene del presupuesto básico de pensar que, más o menos, el futuro será como el pasado, y que, por eso, si tenemos los datos suficientes, la estimación será aproximadamente correcta. 2) El inductivo, que supone que no hay datos suficientes para hacer inferencias deductivas, pero si conocemos las variables causales del fenómeno, entonces podemos construir escenarios que nos indiquen lo que podría pasar dadas ciertas condiciones. Para construir los escenarios tenemos que hacer una apuesta teórica, lo que supone decidir qué valores podrían tomar las variables de interés en el futuro. Por ejemplo, los modelos del Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC) estiman cómo variarán las emisiones de gases de efecto invernadero si a nivel global se dieran ciertos cambios, y de ahí estiman si la temperatura superará o no el mítico 1.5°C en cierto horizonte temporal.


Es imperativo, entonces, observar donde están los límites de los modelos siguiendo los dos grandes preceptos teóricos. Para el caso de los modelos deductivos el límite está en los datos. Se necesitan muchos datos históricos para construir una buena predicción. Para el caso inductivo, el límite está en lo que sabemos. Esto lo tiene claro cualquier apostador: entre mayor sea la diferencia entre lo que apostamos y lo que de hecho pasa, peor el resultado.


La conclusión es que, en la medida en que los eventos climáticos sean excepcionales, mayor será la incertidumbre del pronóstico, porque en el corto y mediano plazos no habrá datos para alimentar modelos probabilísticos y tampoco habrá tiempo para entender y aprender de los procesos climáticos de tal forma que podamos apostar de manera eficiente. En 2022, diez de once centros meteorológicos reportados en el WMO Lead Centre for Annual-to-Decadal Climate Prediction, consideraron improbables las temperaturas que de hecho tuvimos en 2023[7]. Esto supone que en realidad no conocemos los procesos que dieron lugar a las temperaturas que experimentamos y, por tanto, no sabemos qué esperar para el 2024. Esta es, en nuestra opinión, la enseñanza más importante del 2023: ya hemos alcanzado los límites de lo que podemos conocer con certeza y nos adentramos en lo desconocido.


¿Qué hacer frente a esto? Es pertinente observar que los modelos climáticos guían la acción y la toma de decisiones en materia de política pública. Lo que pasa es que, si estos modelos ya no nos son útiles, entonces necesitamos otro tipo de instrumentos. En este punto —enero del 2024—, no se necesitan datos para saber que los cambios que experimentará la vida en la Tierra debido a las altas temperaturas por venir, tendrán consecuencias muy graves para la vida humana. El 1.5°C, y sobre todo los 2°C, no son líneas arbitrarias que puedan reajustarse a capricho. Suponen la pérdida de condiciones para la vida humana en muchas regiones del planeta debido a temperaturas invivibles, falta de agua, enfermedades, eventos climáticos extremos, etcétera. Como pasará un período de tiempo muy valioso para que podamos actualizar nuestras teorías y sus modelos, lo que toca no es centrarnos en la predicción sino en la prospectiva.


¿Qué es la prospectiva?


La prospectiva es una disciplina dedicada a la construcción de futuros. La premisa básica es que el futuro no es algo que está ahí esperándonos, sino que el futuro se construye desde el presente con base en nuestras acciones. Dado que hay muchas maneras de entender cómo construir el futuro, el mundo de la prospectiva es muy amplio y recibe distintos nombres como estudios del futuro, predicción estratégica (strategic forecasting), estudios de pronóstico y geoprospectiva, entre otros.


Independientemente de su modalidad, la idea básica de la prospectiva es imaginar un mundo futuro y desarrollar las estrategias que nos permitirán construirlo. Esto supone conocer dos grandes conjuntos: por una parte, las tendencias del presente que muy probablemente incidirán en el mañana y, por otra, el inventario de potenciales sociales, naturales, culturales, políticos y económicos con que se cuenta al presente y que forman parte de las herramientas que permitirán construir el futuro que se desea. Hay que tener en cuenta que el cambio climático es ya una de las tendencias que con mayor fuerza marcará los límites de lo que se podrá hacer en el futuro.


La prospectiva no es fantasía. No se trata de imaginar lo que sea, sino que, cualquier futuro que se vislumbre, quede constreñido a las tendencias del presente y a los potenciales con que se cuenta. También hay que observar que, si bien la prospectiva puede hacer uso de las herramientas probabilísticas para informar sobre el estado futuro de ciertas variables, la idea no es hacer pronósticos, sino abrir el conjunto de las posibilidades. La diferencia entre lo posible y lo probable es enorme: lo probable es aquello que indican nuestros datos, dados ciertos patrones, en tanto que lo posible es aquello que podemos construir con base en nuestras capacidades y deseos.


La propuesta es dejar a un lado los modelos probabilísticos que ya llegaron al límite de lo que pueden informarnos, y hacer prospectiva para imaginar y construir el mundo futuro. Hay que hacerlo con la prospectiva, porque seguir en el mundo probabilístico supone  hacer más o menos lo mismo, es decir, mantenernos con los mismos modelos mentales, los mismos modelos económicos y los mismos modelos sociales. No hay manera de escapar de los moldes que conocemos si no dejamos de usar las teorías y los datos que construyen, justifican y validan esos moldes.


Ahora mismo el mundo se abre a posibilidades que rebasan lo que vivimos. Ya entramos en un mundo que nadie vivo ha experimentado: un mundo multipolar, de temperaturas sofocantes, de falta de agua, de fin del capitalismo y, esperemos, de transición hacia otras maneras de relacionarnos con el ambiente, con las personas, con los bienes materiales.

En la práctica, la prospectiva se construye en talleres participativos. En éstos, se dan cita todas las personas de interés que habitan un mismo territorio, para planear en conjunto el futuro que desean. Comentaré a continuación cómo se construyen los talleres desde nuestro trabajo en Geoprospectiva[8]. Los talleres involucran tres etapas encadenadas:


a) El taller de indicios, que supone recoger toda la información disponible que construya el inventario de potenciales del territorio, y responde a la pregunta: ¿con qué contamos? El inventario no incluye solo la riqueza tangible del territorio, sino, también, la riqueza intangible en la forma de historia, tradiciones, costumbres y saberes del territorio. Es la conjunción de dos grandes fuentes de información: por una parte, la información bibliográfica, o aquella sistematizada en bases de datos, y, por otra, la información que habita en la cabeza de las personas y que, por muchas razones, no se encuentra almacenada y sistematizada en un medio físico.


b) En el taller de tendencias, las personas indagan sobre los eventos que podrían dar cuenta del futuro. Se trata de tendencias al presente que, por su magnitud, son evidentes para todas las personas; pero también se trata de tendencias incipientes, que no resultan tan obvias pero que, para algunas personas informadas, son la semilla de los hechos del futuro. Estas personas informadas suelen recibir el nombre de “expertas”, pero no se trata necesariamente de miembros de la academia o de ciertas instituciones públicas, sino de mujeres y hombres que habitan el territorio y conocen su historia, sus costumbres, su pasado y su presente, y que por eso son particularmente sensibles a ciertas observaciones.


c) Finalmente, en el taller de acciones se conjugan los resultados obtenidos en los talleres previos, y tiene como finalidad proponer y elegir futuros alternativos. Estos futuros no son fruto de la imaginación sin límites, sino que resultan de lo que es posible alcanzar dado el ímpetu de las tendencias y los potenciales con que se cuente. El taller termina con el diseño de una apuesta política, o sea, el plan a corto, mediano y largo plazos que permitirá alcanzar ese futuro deseable.  


Existe al presente una literatura muy importante a favor de que la agencia en torno a qué hacer para adaptarse, volverse más resiliente, o, en otras palabras, enfrentar los procesos que ya iniciaron debido al cambio climático, tiene que ser al nivel de las comunidades[9].


 Las instituciones mundiales no son el agente por medio del cual se afrontará el futuro. No lo son porque su ámbito de trabajo es tan grande que no hay manera de que la generalidad de sus propuestas sea útil dada la heterogeneidad de territorios que hay en la Tierra.


Guardando la escala, el mismo problema enfrenta un gobierno federal e incluso un gobierno local. Por eso, la planificación y la construcción del futuro debe quedar al nivel de las personas que habitan un mismo territorio, ya que comparten una visión, un anhelo, una historia y un futuro en común. Es a este nivel que se tiene que dar la agencia y tomar cartas en el asunto para enfrentar los enormes retos que ya están sobre nosotras y nosotros.


Notas:


[1] James E Hansen, Makiko Sato, Leon Simons, Larissa S Nazarenko, Isabelle Sangha, Pushker Kharecha, James C Zachos, Karina von Schuckmann, Norman G Loeb, Matthew B Osman, Qinjian Jin, George Tselioudis, Eunbi Jeong, Andrew Lacis , Reto Ruedy , Gary Russell , Junji Cao , Jing Li , Oxford Open Climate Change , Volumen 3 , Número 1 , 2023 ,Octubre 008

[2] En este studio afirman que, de hecho, ya rebasamos el 1.5° y habría que hacer algo para no superar el 1.7°. Ver McCulloch et.al (2024) 300 years of sclerosponge thermometry shows global warming has exceeded 1.5°C. Nature Climate Change 14: 171-177

[6] NYT, op.cit.

[8] Ver por ejemplo, Plan de gestión territorial para la adaptación a los efectos del cambio climático en la provincia de Los Santos, Panamá (2015). MIDA, PROTERRITORIOS, Observatorio Iberoamericano de Gestión Territorial, Centro de Información Geoprospectiva AC.

[9] Sorprendentemente esta es una de las grandes conclusiones del 6° Reporte de Evaluación del IPCC al cambio climático (2022). Digo que es sorprendente, porque, tradicionalmente, el IPCC ha apostado por la vía institucional y supranacional para enfrentar el cambio climático, lo que ha provocado una suerte de neocolonialismo ambiental, dicho por ellas y ellos mismos. 


Alfonso Arroyo Santos. Scenaries and Strategies; Centro de Información Geoprospectiva AC, México

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