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Las voces, el territorio y el camino: el hacer colectivo en el filme La vocera (2020)

Publicado en revistacomun.com / 26 de febrero 2021




En el corazón zapatista. Fotograma: Documental La Vocera de Luciana Kaplanpng.




“La ofensiva, compañera, compañero, la hacemos todos. Debemos animarnos a imaginar lo que está prohibido por las reglas del capitalismo, debemos imaginar la justicia para construirla ejerciéndola, debemos de tener bien nuestros propios corazones para que el corazón colectivo que somos esté bien, debemos estar sin miedo y unidos, debemos crecer esa claridad que hemos estado encontrando en los pueblos no solo en el campo sino en las ciudades”.

Palabras de Marichuy en el Hemiciclo a Juárez,

Ciudad de México.

La labor incesante de un grupo de hormigas aparece a cuadro, a ras de tierra la cámara nos revela los colores intensos de un territorio cultivado por el trabajo colectivo de estos singulares insectos. Un grupo de mariposas refuerzan la misma idea de una comunidad basada en el trabajo colectivo. El sonido es intenso, nos remite al zumbido que podemos percibir cuando estamos en el campo, cerca de colmenas y hormigueros. Esta primera secuencia nos enraiza en la tierra, volviéndola sujeto de esta historia. Así comienza el filme La Vocera de la directora Luciana Kaplan (2020).

Escuchamos la voz de Marichuy, mujer nahua del sur de Jalisco que en el 2017 acepta el compromiso de ser la candidata-vocera del Concejo Indígena de Gobierno, por el Congreso Nacional Indígena, bajo la forma de una candidatura independiente en la contienda electoral por la presidencia de México. Sin embargo, la historia no comienza ahí. Se trata de una más de muchas iniciativas que le anteceden, y a través de las cuales las comunidades originarias de este país llamado México intentan una y otra vez no sólo resistir, sino incidir y prefigurar una nación otra, la de “nunca más un México sin nosotrxs”, que atraviese y trastoque las formas de decisión y de representación políticas, articulando y construyendo formas de autogobierno en su sentido más profundo. Como se explica al inicio del filme, este proceso fue una iniciativa lanzada por el Congreso Nacional Indígena respondiendo a una larga tradición de lucha que han enarbolado históricamente los pueblos indígenas de México, y que se ha visibilizado con más fuerza a partir de 1994, año del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

En octubre de 2016 se llevó a cabo el V Congreso Nacional Indígena (CNI) fundado en 1996. En dicho encuentro, se hizo un análisis geopolítico, desde las vivencias de los territorios: un recuento del asedio, la guerra, la expulsión y el desplazamiento que hoy enfrentan los pueblos del país y del mundo. Más de 20 pueblos y naciones indígenas se congregaron en la Universidad de la Tierra CIDECI en San Cristóbal de las Casas. De acuerdo con el balance realizado por los pueblos ahí reunidos, se llegó a la conclusión de que era necesario crear un Concejo Indígena de Gobierno cuya palabra sería “materializada por una mujer indígena delegada del CNI como candidata independiente que contienda a nombre del Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el proceso electoral del año 2018 para la presidencia de este país” (Comunicado conjunto EZLN-CNI, 2016). En dicho comunicado se ratificó que era tiempo de la “dignidad rebelde”, argumentando que

Nuestra lucha no es por el poder, no lo buscamos; sino que llamaremos a los pueblos originarios y a la sociedad civil a organizarnos para detener esta destrucción, fortalecernos en nuestras resistencias y rebeldía, es decir en la defensa de la vida de cada persona, cada familia, colectivo, comunidad o barrio. De construir la paz y la justicia, rehilándonos desde abajo, desde donde somos lo que somos.

En mayo del 2017, después de un largo proceso de consulta con pueblos y barrios, el CNI conformó el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y eligió a María de Jesús Patricio Martínez como su vocera. A través del CIG hablarían los diversos pueblos que desde 1996, a la luz de la lucha zapatista, se organizaron bajo el nombre de CNI y que veinte años después formarían esta figura política asamblearia, basada en las formas organizativas de los pueblos originarios.



Designación de Marichuy como la Vocera. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplanpng.




Recibiendo a Marichuy. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplanpng.



Y entonces lo que pensamos es que solamente dándonos la mano entre todos, poniéndonos de acuerdo, y juntos caminar para que ya no nos sigan destruyendo. Queremos que haya vida para todos, porque los pueblos indígenas el día que se termine su tierra se acaba la vida, y es para todos, va a afectar a todos. Palabras de Marichuy, Buaysiacobe, territorio mayo.

El proceso mostró muy pronto su carácter de inédito: una mujer nahua, recorriendo el país, yendo a comunidades alejadas del norte, sur y centro, para provocar la voz común, el reconocimiento de los problemas, la palabra. Marichuy lo describiría en estas palabras al terminar el recorrido: “fue como ir a visitar a familiares que hace mucho no veíamos, no podemos dejar que esto nos vuelva a suceder, estar tan alejados, cada quien con sus problemas”.

Carolina Coppel, la productora de La Vocera, y Luciana Kaplan, la directora, respondieron a la necesidad y la urgencia de dejar un registro de esta historia que comenzaba. Como bien recuerda la productora del filme en un diálogo realizado en el estreno de la película durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FIG), era fundamental contar esta historia que estaba confrontando a toda la política institucional del país y enunciando cosas que no se estaban diciendo en ninguna parte, como el despojo de los pueblos, la violencia y el asedio. Además, había que emplear el cine para dejar memoria, contar este acontecimiento para que más adelante sus hijas lo conocieran.




Marichuy en su comunidad. Fotograma: La vocera de Luciana Kaplan


La voz de Marichuy nos cuenta su historia. Tiene una voz suave, nada parecida a la utilizada en un discurso político tradicional. Su presencia así como su voz dejan ver su dedicación a la sanación. Ella es médica tradicional, conocedora de la herbolaria mexicana. Mientras prepara medicinas tradicionales, narra que desde niña ella y su familia se enfrentaron al desprecio y el abuso. Recuerda que su padre era mediero y que pagaba a su patrón con el producto de su cosecha. Le robaban sistemáticamente. Cuando ella le hizo ver a su padre lo que hacía el patrón, éste reconoció el abuso, pero nunca más le prestó las tierras. La propia historia que nos deja ver Marichuy, nos habla ya del mundo común que ella conoce y comparte con el resto de hombres y mujeres de comunidad, esa familiaridad que ella reconoce.

El filme se construye en y por la tensión entre el personaje y la colectividad. El nombre mismo de La vocera, pareciera colocar a Marichuy como la “protagonista”, pero pronto nos damos cuenta que no es así. La vocera resulta ser, como la apuesta política que se ensaya, una escucha que articula y visibiliza una voz colectiva en proceso de construcción. Aunque la cámara le da un lugar preponderante, la voz de Marichuy no es hegemónica, la mayoría de las veces aparece rodeada de gente, de mujeres, particularmente en asambleas y concentraciones multitudinarias.




Primer Encuentro de Pueblos Originarios de México y del mundo en territorio zapatista. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplan.


En el diálogo del FIG la productora y la directora reconocieron la tensión entre su búsqueda de un personaje individual y el contraste con la fuerza del protagonismo colectivo que se estaba poniendo en juego durante esos meses. Este desencuentro revela un problema recurrente en documentales que tienen en su centro las luchas de comunidades y colectivos. Es por ello que, en ese mismo diálogo, Marichuy planteó que para ella y para el CIG, el filme era una herramienta para la lucha común. No era su historia personal lo que importaba relatar, sino retratar y dejar memoria de lo que ha sido y sigue siendo una resistencia colectiva. Se trataba de un proceso de re-conocimiento, tal y como la travesía de la vocera fue en la realidad. A las realizadoras les costó trabajo entender esta poderosa articulación y el filme se vuelve un documento que revela las tensiones de las miradas externas y la búsqueda por mostrar lo colectivo que aparece sin pedir permiso ante la cámara. Uno de los elementos más interesantes de la cinta es la forma en que esta tensión se resuelve: el personaje es colectivo y poco a poco el filme se vuelve una sinfonía coral, compuesta por las múltiples voces y rostros de las mujeres y hombres del CNI-CIG que hablan entre sí sobre sus comunidades en lucha.

La película también es una suerte de road movie, a la par de captar la vida de esta mujer indígena que tiene la especial encomienda de que su “palabra levante la voz de los que no tienen voz” y les de presencia en un país racista; la película es un gran viaje de reconocimiento de los pueblos, barrios y comunidades de México. Re-conocimiento, es decir, volver a conocer estos pueblos, su agencia frente a los problemas que enfrentan, al tiempo que se revela poco a poco su lucha y persistencia.

Dentro del filme la palabra de Marichuy se despliega en un poderoso espacio colectivo, que es el territorio en disputa. Podemos ver el recorrido por carreteras sinuosas y paisajes profundos. La película nos narra los periplos para conseguir las firmas, su recibimiento en las comunidades zapatistas, la fuerza de los rostros con pasamontañas que acogen a la vocera, la fuerza multitudinaria que la recibe y le ofrece sus trajes multicolores. El camino se convierte en el sentido del viaje que lleva a La vocera y, en especial, a los integrantes del equipo de rodaje, por la diversidad de modos de vida que habitan y defienden los diversos territorios. Desde la selva maya, donde las comunidades se organizan y nos cuentan la historia de resistencia a través de sus ancestros, hasta el desierto de Sonora con los pueblos yaquis que defienden su río.




El camino. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplanpng.



La diversidad cobra rostros, encarna en danzas y fiestas, pero también en rabia. Vemos a los wixáricas en lucha por su territorio, vemos el racismo del sistema judicial que los desprecia y los despoja sistemáticamente sin tapujos frente a la cámara que se vuelve a la vez testigo del desprecio cotidiano del Estado y sus instituciones hacia los pueblos. Vemos a Fidencio Aldama de la tribu yaqui resistir en la cárcel, vemos a Carmen García, su esposa, estar en la lucha junto a Marichuy y al tiempo sostener la difícil situación cotidiana en Loma de Vácum.



Carmen García. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplanpng.




Preso político Fidencio Aldama, con su esposa Carmen García. Fotograma: Documental La vocera de Luciana Kaplanpng


“A todos ellos les estorbamos los pueblos vivos, que creemos que la tierra es sagrada y el agua nuestra vida, pues en ella está también la memoria de lo que somos y de lo que fuimos, de lo que pelearon nuestros abuelos ante el despojo que siempre han querido hacer los ricos y los gobiernos para arrebatarnos lo que para ellos es una mercancía, pero que para los originarios de este país y del mundo son nuestra única forma de seguir existiendo”. Marichuy, tribu yaqui

Este filme registra y desenmascara el racismo intrínseco del sistema político mexicano. Uno de los obstáculos más difíciles de sortear, en la lucha de los pueblos indígenas por registrar a su candidata independiente, fue el candado impuesto por el Instituto Nacional Electoral, basado en el registro electrónico de firmas para conseguir la candidatura. A cuadro aparecen las pantallas de celular que no reconocen las huellas de los campesinos, vemos a los pueblos decepcionarse ante el intrincado camino tecnológico que les fue impuesto por el sistema electoral mexicano para registrar las firmas de apoyo. La consigna se revela a fuerza de las imágenes: en México no puedes ser ciudadano y ejercer tus derechos “electorales” si no posees un celular de “gama media” que oscila entre 2 mil y 6 mil pesos.



Firma en el celular. Fotograma:Documental La Vocera de Luciana Kaplanpng


Otro elemento que muestra la película La vocera es el racismo mediático. Con un excelente trabajo del archivo televisivo mexicano vemos a los conductores de programas interrogar a Marichuy, cuestionarla por asumirse como indígena y preguntarle “¿qué no todos somos mexicanos?”, increparla al acusarla de “obedecer al subcomandante Galeano” -”¿Usted de quién recibe órdenes?”-. El racismo y la prepotencia clasista de la televisión mexicana se revela mediante la expresión de los analistas de política, incapaces de reconocer la agencia de una mujer indígena. Frente a ello, vemos a una Marichuy afable y transparente, diciendo lo incomprensible: que su mandato viene de las asambleas de pueblos, que su compromiso es con esa causa, la vida digna de las y los pobladores indígenas. Ver a Marichuy en el escenario, ficticio y ficcional del estudio de televisión, tras haberla visto a raíz de tierra, es sin duda uno de los aciertos del filme: recuperar ese contraste del México contemporáneo, entre la fábrica de realidades que es hoy la televisión de las grandes productoras, y la vida de las y los que cultivan la tierra.

El camino es lo importante. El camino o los múltiples caminos de este documental recuperan la lucha de hombres y mujeres indígenas por sus formas de habitar y de ser en este mundo. El camino también remite a la propia experiencia performativa de las realizadoras que poco a poco, en el rodaje, cobraron conciencia de la importancia del personaje colectivo. El camino, que se nos muestra con paisajes que poseen una impresionante profundidad de campo, se convierte en una gran alegoría del territorio –y de la vida– que está en disputa, pero que está custodiada por los pueblos. Un territorio viviente, un cuerpo colectivo de múltiples luchas por el territorio y por la vida.

Según las propias realizadoras, organizar el material no fue nada fácil, sucedían muchas cosas simultáneas en el viaje, y todas eran significativas. El documental de La vocera recupera la fuerza del registro de los procesos históricos, tiene la herencia de los documentales de urgencia realizados en América Latina que, como La Batalla de Chile (1973), nos han permitido acercarnos al momento de la política rebelde, al momento de efervescencia y lucha de los pueblos, momentos auto-constituyentes, en los que, gracias al proceso de registro audiovisual, podemos acercarnos al despliegue de la autodeterminación popular.


Las mujeres rodean a Marichuy, las vemos en las asambleas, en el Concejo Indígena de Gobierno, las vemos en las concentraciones, en la lucha de las madres de los desaparecidos y las asesinadas. Pero también las mujeres están presentes en la producción, dirección y edición. La película termina con la reflexión de Marichuy sobre su transformación durante el recorrido. Es muy clara la mirada, la centralidad que este proceso entregó a la política de las mujeres y a las múltiples posibilidades estéticas de enunciación del mundo. Una vez más las imágenes se adelantan, se presentan como una forma de memoria, pero al tiempo marcan la pauta del análisis pendiente sobre este poderoso proceso que aún no concluye.



Mural en CDMX. Fotograma: Documental La vocera de Lucía Kaplan.



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