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La ceiba

Publicado en Camino al Andar

5 de marzo de 2023

Por María Benítez

María Benítez acompañó al equipo de la grabación de La Montaña (Diego Osorno, 2023), la película que narra la travesía marítima del Escuadrón 421 desde Isla Mujeres, en México, al puerto de Vigo, en el Estado Español. La autora acompañó al equipo desde el Caracol de Morelia hasta Isla Mujeres entre el 25 de abril y el 2 de mayo de 2021. Este texto es el relato de algunos de los sucesos previos a la partida de La Montaña.


Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano

siento la conexión y lo que se destila

en el alma cuando alguien está junto a un hermano

Carlos Pellicer


Antes de que el Escuadrón 421 partiera hacia Isla Mujeres para navegar a Europa, llegamos al “Centro de Adiestramiento del Escuadrón 421”, en el Caracol de Morelia, Chiapas, para documentar la despedida. Estamos pensando, sintiendo, percibiendo cada movimiento para interpretar a las comunidades zapatistas siempre crípticas, misteriosas, saben guardar secretos. Nuestra mente está rondando cuál puede ser el hilo conductor que le dé estructura a esta historia que está por empezar. Pero rápidamente nos damos cuenta de que vamos tarde. Al menos para eso somos rápidos, para darnos cuenta de que vamos tarde. Diego Enrique Osorno, el reportero que se subirá al barco para acompañar a la delegación zapatista, me dice “el guión ya está escrito”. Tiene y no tiene razón: sabemos que partirán en barco, lo que no sabemos es si lograrán llegar a Europa.


Los pueblos zapatistas han hecho los preparativos para la despedida del Escuadrón 421. Dentro del Caracol, un auditorio ha sido disfrazado de barco gigante y ahí guarda cuarentena el Escuadrón para asegurarse de que nadie tiene covid-19. Hay mantas y pancartas, y los presentes hacen una pequeña marcha. El Escuadrón recibe “limpias” con copal e incienso. Organizan un mitin con sana distancia.


Los zapatistas han dispuesto cuatro balsas de madera que son una matryoshka: una cabe dentro de la otra. Decoradas en sentido histórico, la más grande es la única tallada y representa a los pueblos originarios de raíz maya. La segunda está pintada e ilustra al Ejército Zapatista dentro de las selvas chiapanecas en los tiempos de clandestinidad, antes de 1994. La tercera es la balsa de la autonomía, es decir, de todas las construcciones de la sociedad zapatista. En ella se pintan sus asambleas que son espacios de toma de decisiones, sus escuelas, casas de salud, espacios de trabajo, de actividades culturales y de deportes. Escogieron la escena de la formación de promotores de salud y de lo que se conoce como “las tres áreas:” hierberas, parteras y hueseras. Todos son cuadros de la vida cotidiana. La cuarta balsa, por ser la más pequeña y la que cabe dentro de las otras, evoca a una semilla. Esa fue pintada por las niñas y los niños zapatistas: una milpa de la que brotan elotes felices con pasamontañas a lado de un río. Hay árboles de frutas y animales.


Todo parece estar bajo control en la despedida. Sin embargo, la consternación y la incertidumbre desbordan a cada acto, se percibe en los movimientos nerviosos de los milicianos zapatistas que resguardan al Escuadrón 421. Y se siente entre quienes estamos ahí presentes.


Uno de los oradores del mitin dice, como queriendo romper el hielo, “los esperamos de regreso, porque… van a regresar”. La pausa delata la duda, el miedo de que la afirmación no se cumpla. Su risa escapa ansiosamente por el micrófono y lo reprueba un silencio colectivo. Nadie sabe realmente lo que les espera, y entre quienes estamos ahí un viaje a través del Atlántico suena a un volado. Él es el único que se atreve a enunciarlo. Y eso inquieta.


Los pueblos zapatistas suelen ser serios cuando se trata de una iniciativa que lo amerita, así como suele sentirse el deseo festivo cuando convocan a la celebración y todo es verbena dentro de su rebeldía. Llevo años atestiguando y nunca había sentido una incertidumbre tan grande. El EZLN hace planes con muchos escenarios y muchas estrategias. Siempre dicen que están preparados para lo peor. Pero una cosa es estar preparados y otra es sentir que lo peor puede ocurrir. Que en el largo trayecto sobre el Atlántico, cualquier cosa puede suceder.


Salimos en caravana de el Caracol de Morelia, y nos vamos a otro: el Caracol de Roberto Barrios, muy cerca de Palenque, uno de los corazones de la selva chiapaneca. He dado talleres de salud comunitaria allí y el estupor te vence. El calor te puede sedar en la hamaca durante dos horas a mediodía. Exactamente a la hora que nos citaron.


No sabemos a qué vamos y quizás nunca sepamos con precisión todas las fuerzas que se movieron entonces. Apenas entramos al Caracol, el 27 de abril de 2021 y vemos que los milicianos, con uniforme café, rodean a distancia una gran ceiba. La ceiba es un árbol que tiene gruesas espinas cónicas en el tronco los primeros años de su vida. Cuando crece es muy alto, su copa es muy grande y sus hojas parecen palmas, aglomeradas en la punta de las ramas. Es el árbol que sostiene al universo, dicen los mayas precolombinos en el Popol Vuh, y también lo dicen los mayas zapatistas en sus comunicados. La ceiba es tan importante que se encuentra representada en la lápida del rey Pakal, en la zona arqueológica de Palenque, a unos kilómetros de donde ahora estamos. La ceiba es un axis mundi pues conecta el inframundo con los cielos y los cuatro puntos cardinales.


De pronto vemos venir a las mujeres del Escuadrón 421 y a Marijose, loa unoa otroa zapatista que integra el Escuadrón. Caminan alrededor de la ceiba, dan vueltas en sentido del reloj varias veces. Se detienen mirando hacia el árbol y colocan las palmas de sus manos abiertas sobre la corteza. Están haciendo tierra, pienso, al tocar el árbol se hunden hacia abajo con sus raíces.


Con los brazos extendidos hacia lo alto, sus manos permanecen en contacto durante un largo minuto. Hay total silencio en el Caracol. Sin más, deshacen la formación y se marchan. La formación de milicianos también se rompe. No hemos terminado de respirar un par de veces cuando un viento incesante nos refresca. El calor estancado se mueve. Es una delicia inusual y puedo sentir su fuerza. Me doy cuenta: la llegada del viento es una respuesta a la ceremonia que acabamos de presenciar.


Siento la potencia de la ceremonia pero no la puedo entender del todo. El equipo de filmación se acerca a la ceiba para hacer tomas de los detalles. Busco una sombra para prender un cigarro. Hay tres mujeres mayores sentadas, conversando, y a modo de permiso para compartir la sombra, las saludo. Quiero saber más. Quiero preguntarles muchas cosas. Pero las zapatistas son discretas, las preguntas directas no van a funcionar. Entonces digo: “fue muy poderosa la ceremonia”.


—Sí, lo fue, la ceiba es el árbol más alto —me contesta una de ellas.

—¿Y viste que vino el viento, apenas acabó la ceremonia? —dije a modo de pregunta.


—Sí, es Dios, diciendo que va a llevar a sus hijos a Europa, es la fuerza del viento que va a llevar el barco —me contestó.


Como mujer de una cultura occidental se pueden sentir muchas cosas estando dispuesta a percibirlas, pero me queda claro que apenas logré percatarme de una ínfima parte de lo que estaba pasando. Sí, ¿verdad que sí?, dije. Y me quedé callada un rato. Los pueblos indígenas siempre se burlan de nosotras, de nosotros, dicen que hablamos demasiado, que opinamos de todo aunque no sepamos. Si yo estaba sorprendida por la ceremonia, la mujer zapatista con la que estaba hablando probablemente se sorprendió de mi silencio. Por fin me había quedado sin palabras aunque por dentro se me estaba moviendo todo.


Ella me esperó, esperó mi tiempo, mi silencio. Y cuando después de un rato le devolví la mirada, dijo “¿y viste que pusieron sus manos sobre la ceiba exactamente a las doce del día, cuando el sol está encima del árbol?” La imagen de mi memoria se abrió verticalmente hacia arriba. Imaginé el sol en lo alto, justo en el cenit, la ceiba al centro, y las raíces abajo, los tres elementos formando una línea de conexión. Con las manos del Escuadrón alineándose, convocando, pidiendo, recuperando desde las raíces hasta el magno sol, todo lo necesario para emprender la Travesía por la Vida. Una ceremonia que no era cristiana, que escapaba de mi horizonte. Y de mi razón. De lo científicamente comprobable. A la que el viento respondió.


En ese momento supe que, ahora sí, el guión estaba pactado. Con fuerzas desconocidas para mí pero no para las indígenas zapatistas. Convocar al viento no es cualquier cosa. Los pueblos indígenas del mundo no han sobrevivido, como suele decirse. Han querido vivir. Y están más vivos que nadie. Con todas sus potencias posibles y en relación y diálogo también con la ceiba, con el viento y con la Tierra.

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