Publicado en Camino al Andar
26 de enero de 2024
Por Héctor Ordóñez Monribot
Fotos y video: Carolina Díaz Iñigo
El último día del año desperté en mi cabaña, en San Cristóbal de las Casas, convencido de que debía dirigirme a Ocosingo. Y una vez ahí, llegar al Caracol VIII, Nuevo Horizonte, donde se festejaria el 30 aniversario del levantamiento armado zapatista.
Los últimos días del año fueron febriles y un virus se encargó de afectarme, pero ya no había tiempo para el reposo. Tomé acción y salí de mi casa a las 7 de la mañana. Cerca de la central de autobuses de San Cristóbal, unos taxis anunciaban corridas directas a Ocosingo, cobrando individualmente a cada pasajero y a la espera de que se llenara con 4 personas una unidad particular, además del chofer.
El joven conductor, no mayor a 25 años, me indicó que me tocaba sentarme en la ventana, y lo agradecí consciente de mis problemas de mareo. El sentido de velocidad del jovencito al volante era propio de competiciones, pues no dejó de rebasar en ningún momento, no bajaba la velocidad en las curvas, e hizo sentir el trayecto como una montaña rusa que recorría un camino hermoso, en donde quedaban atrás los árboles de pino por plantas más tropicales, una cascada majestuosa y una niebla que ya era presagio de que estábamos entrando a otro mundo posible.
Ya en Ocosingo, le pedí al mismo conductor que me auxiliara para encontrar un transporte que viajara en la carretera a Monte Líbano, sobre la cual se encuentra el caracol VIII. El único lugar donde encontraría eso sería el mercado, me comentó, así que me dispuse a seguir caminando hasta encontrar los transportes que anunciaban las corridas oficiales. Obviamente, el territorio zapatista no estaba considerado en esas rutas.
Un conductor de una camioneta de redilas comentó en un español muy limitado que tomaría esa carretera, pero se mostraba inseguro en confirmar las instrucciones que yo llevaba para llegar al caracol. “Él va hacia el mismo lugar que yo”, terció un chico de ropas negras y chaleco con remaches que salió de la cabina delantera para ceder su lugar a una mujer y su hija. Le agradecí tibiamente mientras ambos subimos a la caja trasera, la cual tenía dos bancos empotrados en cada lateral, para permitir que se sentara la mayor cantidad posible de personas. Nosotros completábamos un grupo de 15 pasajeros amontonados, en el cual solo nosotros no éramos indígenas. Apenas arrancó la camioneta, supe que necesitaría más dramamine para sobrevivir a los mareos. Los indígenas rieron de que necesitara de una medicina para enfrentarme a unas simples curvas. Estas experiencias siempre son aleccionadoras; en las ciudades urbanas, no hay mareo al cuál enfrentarse.
Pronto comenzaron a aparecer los letreros que anunciaban el camino correcto. “Bienvenidos y bienvenidas al 30 aniversario EZLN, Caracol VII Nuevo horizonte. Falta poco. “¿Le vas a entrar o no le vas a entrar?”, decían algunos más. “A 1 km del caracol VIII Nuevo Horizonte, territorio rebelde zapatista”, anunciaba con ironía un letrero a poco más de 30 kilómetros de la entrada al territorio zapatista. En algún momento del camino, despertó el pasajero que iba al lado mío, un chico de apenas 13 años llamado Juan José. “¿A dónde vas?” me preguntó extrañado al notar que no era de Chiapas. “Voy al caracol zapatista”. El niño sonrió, en parte con empatía, en parte con algo de alivio por confirmar que no iba solo. “A la fiesta de año nuevo, yo también voy”.
Bajamos en el mismo punto, donde ya milicianos zapatistas escoltaban una desviación en carretera. Juan José llevaba muchas cajas, y aunque le pregunté si necesitaba ayuda, la negó decididamente. Al llegar a la puerta al caracol, se despidió de mí y del punk que se había convertido en mi compañero de viaje. “Yo aquí me quedo”. Aunque me sorprendí, el joven punk intervino rápidamente y me dijo. “Pues esas cajas deben ser una comisión que le pidieron, él ya entrará por otro lado”. Nosotros, por el contrario, miembros de la eterna masa llamada sociedad civil, pasamos a registrarnos. Obras de teatro ya tomaban lugar en un llano maravilloso. Un templete montado para tener visión periférica fue ocupado por los comandantes, para ver todas las obras de teatro desde arriba.
Semanas antes, en la carretera rumbo a Teopisca y otras comunidades, pude divisar a lo lejos un grupo de jovencitos que seguramente estaban ensayando para la puesta en escena de la fiesta. Nuevamente, el clima, los árboles y los cerros que nos rodeaban se convertían en un espectáculo por sí solo. Me dio la impresión, era uno de los caracoles más grandes en extensión territorial. También en espíritu. Lograron convocar prensa nacional y extranjera para atestiguar el evento, además de algunos cientos de curiosos. Un par de horas más tarde, los milicianos desplegaron, tal vez, la fila más organizada que haya visto jamás para recibir sus alimentos en sus uniformes que incluían pasamontañas, gorra y botas. Sólo después de ellos, el resto de nosotros pudimos formarnos también. Empezó a caer la noche y se anunció que debíamos estar listos a que algo pudiese pasar. Grupos musicales y coros infantiles de distintas comunidades zapatistas dieron un recital. Posteriormente, aún con gente en el llano mirando frente al templete, se pidió abrir espacio. Los invitados corrimos a las orillas.
A lo lejos, se escuchaba que macanas de madera marcaban el paso. Los milicianos y milicianas se preparaban para desfilar. Lo hicieron al ritmo de cumbias contemporáneas, rompiendo filas y volviendo a formar flancos de forma repentina, en símbolo de rebeldía y libertad. Después hicieron un círculo frente a nosotros. Se nos pidió volver a participar. Había que encontrar una forma de pasar al medio del llano entre los milicianos. Ellos habían dejado algunos pequeños espacios entre ellos, antes de cerrarse por completo. Nuevamente un mensaje entre líneas: “Les hemos permitido entrar al cerco zapatista”, era lo que nos querían decir con esta dinámica.
Siguieron las palabras del subcomandante insurgente Moisés, quien ha adoptado el papel de figura pública los últimos años. El Capitán Marcos, en el mismo templete, permaneció al fondo. Moisés habló primero en lengua tzeltal, por alrededor de 20 minutos, y después se refirió en español. Repasó el diagnóstico que tienen los zapatistas sobre el país y sus territorios. “Estamos solos, lo dijimos en el aniversario 25, lo decimos ahora”. “¿Ustedes creen que el capitalismo se va a cansar de explotar?” Preguntó a una multitud que contestó al unísono: ¡NO! “Nosotros tampoco, ni el más pequeño capitalista quiere dejar de explotar, de usurpar, de ocupar”. “Seguimos en el camino de la vía pacífica, pero si vienen a buscarnos, sabremos defendernos”, fue una de las frases que más retumbó en ese momento.
Finalmente llamó y se refirió a nosotros, a todos aquellos que no formamos parte de los caracoles zapatistas, y que volveremos a otras ciudades y puntos del país. “Hay que organizarse”, insistió. Las comunidades zapatistas ahora son más bien como un faro en espera de respuesta de la sociedad civil. Al llegar la medianoche, un espectáculo de pirotecnia se montó en el cielo. ¿Era para celebrar el año nuevo? O tal vez, una maniobra de distracción para que los comandantes desaparecieran en la oscuridad. Volvió la música, los milicianos y milicianas dejaron el perfil militar para bailar. Indígenas y extranjeros compartían sonrisas al ritmo de cumbias, de forma conmovedora.
A la mañana siguiente, tras el discurso, desperté con la intención de retirarme a primera hora. Primero de enero, supuse, sería más escaso el transporte para llegar a San Cristóbal. Y no tenía idea de cómo salir del caracol a algún transporte. Para mi fortuna, un hombre mayor se me acercó en las puertas del caracol para preguntarme si iba a viajar, evidentemente con una maleta y una bolsa de dormir en la mano. “Sí”, respondí rápidamente. “¿A dónde?” Apenas pude balbucear algún sonido, pues mi destino final era San Cristóbal, pero cualquier punto que me acercara algunos kilómetros ya era de gran ayuda.
“Estos compas te pueden llevar a Ocosingo”, me dijo el anciano antes de que pudiera decir algo. Una comitiva zapatista de tres personas tenía una comisión que completar por allá. Conseguir más tortillas para el último día del evento. Hablaron en su idioma y acordaron cobrarme 70 pesos. No dudé en unírmeles. El camino fue mucho más relajado que el de ida. Pude disfrutar el paisaje en el que abundaban letreros con los nombres de ejidos y comunidades, todas ellas autónomas y en su mayoría reconocidas como zapatistas.
A medio camino, me atreví a preguntar. “Disculpen, me dio la impresión, aunque yo no sé nada de tzotzil, de que el mensaje que dio Moisés no fue el mismo para ustedes, que para nosotros en español”. El conductor y su copiloto se rieron, y me dijeron que era cierto. “Muy inteligente es Moisés, una parte habló en tzotzil, y luego cambió a tzeltal”, fue lo único que comentó el copiloto. Llegamos a Ocosingo antes de las 10 de la mañana. La primera tortillería estaba cerrada. Los tres compañeros zapatistas coincidieron en que la comisión que les asignaron se convertía en una misión de búsqueda. “¿Al compa donde lo dejaremos?” Preguntó el conductor refiriéndose a mí. Reconocí que ya estábamos en el mercado. “No se preocupe, aquí está bueno, de aquí yo ya sé buscar un transporte a San Cristóbal”. Nos despedimos a la par que nos deseamos un feliz año nuevo. También nos deseamos ánimo para seguir con la lucha, y con la búsqueda de tortillas este primero de 2024.
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