Publicado en Counter Punch
08 de diciembre de 2022
Por Ramzy Baroud
Imagen: Ehimetalor A. Unuabona. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Durante décadas la lucha por la liberación de Palestina se entendía justamente como parte integrante de la lucha global por la liberación, principalmente del Sur Global.
Y como los movimientos de liberación nacional eran, por definición, la lucha de los pueblos autóctonos por afirmar sus derechos colectivos de libertad, igualdad y justicia, la lucha palestina formaba parte de este movimiento global indígena.
Desafortunadamente, la caída de la Unión Soviética, el creciente dominio de Estados Unidos y sus aliados, el retorno del colonialismo occidental en forma de neocolonialismo en África, Oriente Próximo y otros lugares, han localizado muchas de las luchas de los movimientos indígenas.
Esto resultó oneroso, ya que permitió a Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países dividir, una vez más, el Sur Global en regiones de influencia, controlándolas mediante las estrategias militares, políticas y económicas que tuvieran en mente. De forma similar a la pugna por África a finales del siglo XIX, en las últimas décadas se ha producido un nuevo tipo de pugna colonial por el Sur Global.
En concreto, en el contexto palestino la lucha tuvo múltiples facetas: la desaparición de potencias mundiales, como la URSS (que creaba cierto tipo de equilibrio político) aisló a los movimientos de la resistencia palestina. Eso obligó a estos movimientos, concretamente a los que formaban parte de la Organización para la Liberación de Palestina, a buscar “compromisos” políticos sin conseguir nada tangible a cambio.
Para Washington estas concesiones por parte de lo que había sido el movimiento de liberación nacional en Palestina coincidían con la agenda regional de EE.UU. y la búsqueda de un “Nuevo Oriente Próximo”.
En última instancia, esto dio lugar a la mal llamada «división palestina», a enfrentamientos entre facciones en 2007 y a un estado de parálisis política que definió el llamado liderazgo palestino.
Y mientras los palestinos estaban ocupados resolviendo su crisis política y de liderazgo, el proceso de colonización de Israel se aceleró, a expensas de lo que quedaba de los Territorios Palestinos Ocupados.
Por supuesto, esto no altera, desde un punto de vista intelectual o histórico, la naturaleza esencial de la lucha palestina, que siguió siendo la de una nación indígena que pelea por sus derechos. No obstante, embrolló las definiciones y discursos políticos en torno al denominado conflicto palestino-israelí.
Dicha confusión fue el resultado directo de la tergiversación de la lucha palestina a través de la propaganda israelí y de los medios de comunicación occidentales y estadounidenses, que seguían empeñados en enaltecer la argumentación israelí. Israel se esforzó por presentar a los palestinos como un pueblo dividido, que no tiene ninguna visión de la paz, y a sus movimientos de resistencia como grupos esencialmente terroristas, empeñados en la destrucción de Israel, y así sucesivamente.
Pero las cosas empezaron a cambiar en los últimos años, con el renacimiento de los movimientos indígenas en todo el mundo, desde la lucha de los negros en EE.UU. al resurgir de los pueblos indígenas en las Américas, pasando por el auge definitivo de un verdadero movimiento global, centrado en las sociedades sin tierra y los derechos indígenas, que apostó fuertemente por la solidaridad global y la interseccionalidad, lo que le permitió multiplicar varias veces sus fuerzas.
El elemento común de “descolonización” –en todas sus manifestaciones– creó vínculos interseccionales entre diversas luchas de todo el mundo, lo que permitía a la lucha palestina por la liberación encajar perfectamente en el nuevo relato global.
El movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) también desempeñó un papel esencial en volver a colocar a Palestina en el marco de luchas urgentes y reactivadas en Estados Unidos e incluso más allá de la geografía política estadounidense.
«Los palestinos desempeñaron un papel crucial en el levantamiento de Ferguson (2014), Missouri, que estalló ese año a raíz del asesinato por la policía del adolescente negro Michael Brown», escribió Russell Rickford en un artículo en Vox.
«Los activistas palestinos utilizaron las redes sociales para compartir con los manifestantes afroamericanos tácticas para hacer frente a los ataques con gases lacrimógenos de las fuerzas policiales militarizadas, una experiencia con la que muchos sujetos de la ocupación israelí están demasiado familiarizados», añadió Rickford.
Sin embargo esto fue sólo el principio, ya que, con el paso de los años, Palestina empezó a figurar como un elemento básico en el discurso de la lucha negra en Estados Unidos. Ambos movimientos se alimentaron mutuamente de su popularidad, concibiendo nuevas redes y conectando otras luchas globales de la forma más armoniosa.
Todo ello se ha visto impulsado por la creciente conectividad de los activistas y sus luchas en todo el mundo, gracias a la utilización de las redes sociales, junto con los medios de comunicación indígenas independientes, como componentes fundamentales de la organización y la movilización.
Así como la credibilidad de los medios de comunicación mayoritarios está siendo muy cuestionada por las sociedades occidentales, las redes sociales empiezan a ser una fuente más fiable de información en lo que se refiere a las movilizaciones populares y la acción directa.
El actual genocidio israelí en Gaza ha demostrado el poder de las redes sociales en términos de su capacidad para superar las mentiras intencionadas y el engaño de los medios de comunicación de masas, disminuyendo así en gran medida su papel tradicional en la formación de la opinión pública en torno a Palestina, Oriente Medio, la interesada «guerra contra el terror» de Estados Unidos y muchas otras cuestiones.
No resulta exagerado afirmar que se está produciendo una guerra paralela a la que está teniendo lugar en Gaza en estos momentos, en la que participan millones de personas de todo el mundo, que trabajan diligentemente para derrotar a la propaganda israelí-estadounidense-occidental y para exigir responsabilidades a quienes están cometiendo crímenes de guerra en Gaza.
Sería inexacto decir que los gobiernos occidentales han guardado “silencio” ante las atrocidades israelíes en Gaza. Mientras las luchas indígenas de todo el mundo se alían con la lucha de los palestinos, las potencias coloniales y neocoloniales no tienen más alternativa que aliarse con el colonial Israel.
Eso quiere decir que los poderes occidentales son participantes activos en la guerra de Israel contra Gaza, mediante su generoso apoyo a Israel, la cooperación en materia de inteligencia y el respaldo político y financiero.
Independientemente de que la guerra dure otra semana, otro mes o un año, sus consecuencias se dejarán sentir sin duda durante muchos años, no sólo en Palestina o incluso en Oriente Próximo, sino también en todo el mundo.
La guerra de Gaza ha galvanizado los movimientos de solidaridad mundial, especialmente los que se dedican a los derechos de los indígenas. Todo esto recuerda el apogeo de los movimientos anticoloniales de liberación nacional de hace décadas.
Así pues, hay que aprovechar este momento histórico, no sólo por el bien de Gaza y del pueblo palestino, sino también por el bien de la libertad y la justicia en todo el mundo.
Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros. El último es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
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