De la lucha de las mujeres indígenas y la toma otomí del INPI, en sus propias palabras.
Por Marco Vinicio González Publicado en Camino al Andar
15 de agosto de 2021.
Fachada de la toma del INPI
De paso por la ciudad de México (CDMX) visité recientemente el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) para constatar la toma de esas instalaciones por parte de un grupo de indígenas otomíes organizados, que tras luchar más de dos décadas contra los gobiernos de turno de esa ciudad y contra los propietarios de edificios inhabitados, dañados por el terremoto de 1985 y luego por el temblor de 2017, buscan conseguir una vivienda digna y otras reivindicaciones.
Han sido despojados de sus tierras en Santiago Mexquititlán, Querétaro, por la política de abandono al campo de sucesivos gobiernos federales, cerrándoles los créditos de la banca oficial destinada a la atención del campo; permitiendo el libre encarecimiento de los insumos para los cultivos, etcétera. Eso, desde los años previos que allanarían el arribo del Tratado de Libre Comercio (TLC). Entonces fueron desplazados a la gran urbe. Ahí, muchos llegaron en su infancia y les tocó abrirse camino junto con sus padres como vendedores ambulantes en las calles de la capital del país. A la fecha, han “expropiado” ya varios edificios, y con la toma del INPI reclaman al Gobierno de México que les otorgue el título oficial de propiedad, que expropie esos predios.
Letrero relativo a la toma del INPI
En el dintel de la entrada al edificio del INPI, tomado por los otomíes en la Avenida México-Coyoacán # 343, Delegación Benito Juárez, estaba un hombre sentado en una silla. Me acerqué a él y tras identificarme le pedí hablar con alguna persona de esa comunidad. Me miró por un instante y me dijo lamentar no poder ayudarme, porque “en este momento no están las compañeras de Comunicación”, asentó.
Insistí hablar con alguien aunque no fuera de Comunicación. El hombre se alejó y al cabo de un rato vino con una joven mujer, menuda y sencilla pero de aire resuelto. “Me llamo Elvira Isidro”, dijo en tono sereno. “¿Qué se le ofrece?... Aquí estoy, pues”.
Su determinación me hizo recordar las voces de otras mujeres que podrían haber sido tojolabales, tzeltales o tzotziles tal vez, en un salón de una vieja casona en San Cristóbal de las Casas en 1996. Allí se daban por las mañanas los Diálogos de San Andrés, que reanudaban por las tardes y hasta entrada la noche en San Andrés Larráinzar, montaña arriba.
Había en ese amplio cuarto de la casona comunicadores de muchos países cubriendo el evento; académicos, políticos del Gobierno, amas de casa, jóvenes estudiantes y otros, incluidos los siempre “discretos” espías de todos lados.
En uno de los salones de esa casona designados temáticamente, estaba la mesa sobre las mujeres. En ella se hallaban sentados algunos comandantes indígenas, hombres y mujeres... Tacho entre otros, creo. Desde ahí se dirigía la discusión.
En esas andábamos cuando se escuchó de súbito la voz de una mujer indígena: “Yo quisiera que la violación se declare crimen de guerra”, dijo en su idioma. Algunas personas traducían a varias lenguas nacionales y extranjeras. Los mandos militares del EZLN que presidían la sesión permanecieron callados. Adusto, el rostro de los hombres.
Otra mujer indígena señaló el machismo. Ironizó: “Sí, ustedes dirán que ‘no, pues para qué… al cabo es parte de la cultura, y ya está’. !Pero no!”, dijo. Y volviendo la vista a los comandantes de la mesa los señaló con el dedo y les dijo: “Aunque el machismo sea parte de la cultura, la cultura también se puede cambiar”. Entre las traductoras estaba la actriz Ofelia Medina.
Luego vino otra mujer indígena y dijo, enfática: “Yo quisiera que el orgasmo se vuelva un derecho”. Me quedé pasmado, pero al recuperarme de la sorpresa intuí que estaba frente a una nueva manera de pensar, que el feminismo no se constreñía únicamente al pensamiento eurocéntrico, ni al occidentalizado.
Pues bien, ese aire resuelto de esas mujeres indígenas zapatistas de aquel día en San Cristóbal de las Casas es el mismo que entraña la persona menuda y sencilla de Elvira. Es la herencia que dejaron aquellas discusiones de la casona en 1996, pensé, a partir de la Ley Revolucionaria de Mujeres, que me parece abrieron el camino a las jóvenes generaciones indígenas hacia una nueva manera de pensar, de sentir y de habitar el mundo. Al insurreccionarse contra el orden existente se posicionaron desde otro lugar de la geografía nacional para mostrar las realidades de las mujeres indígenas, y desde ahí proponer nuevas formas de relacionarse con los hombres de su comunidad y con el poder dominante.
Elvira Isidro es una mujer de unos 30 años de edad y madre de un hijo. Pertenece a la comunidad otomí “en resistencia”, dijo, desde que llegó a México con sus padres hace más de 20 años siendo apenas una niña.
-¿Qué hacen aquí? –pregunté a Elvira, refiriéndome a los otomíes que ocupan esa sede oficial.
- Nosotros decidimos tomar el INPI desde el 12 de octubre de 2020, porque ya han pasado muchos años de que el Gobierno no voltea a vernos. Estamos en busca de una vivienda digna –respondió.
-¿Se lo han solicitado formalmente a este Gobierno?
-El Gobierno nunca nos ha hecho caso durante más de 20 años, pero finalmente logramos arrancarle la expropiación de uno de los predios que nosotros traemos, en Zacatecas # 74 [Colonia Roma]; pero eso ha sido gracias a la organización que nosotros tenemos como comunidad.
En tono pausado la mujer continuó hablando de los logros de su comunidad.
“Decidimos organizarnos, y aquí estamos. Porque sólo así presionamos al Gobierno”.
De tres proyectos de “expropiación”, han ganado los tres, sostuvo la otomí. “Pero todavía nos quedan varios más… tenemos que seguirle exigiendo al Gobierno para que los expropie; porque nosotros también tenemos derecho a una vivienda digna”.
Durante los 8 meses que han pasado desde la toma del INPI hasta el momento de la entrevista, el Gobierno de México ha tratado a la ligera las demandas de los otomíes que llevaron a esta trascendental acción.
Taller de costura visto de lejos
“Nosotros los escombramos, los limpiamos, pues, para hacerlos un poco más habitables”. Han sido ocupados también los predios de Zacatecas # 74, Guanajuato 209, y el de una casa en la calle Roma # 18, dañada esta última en el sismo de 2017. Sin embargo, se les ha regateado una vivienda digna desde entonces.
-¿De dónde vinieron a la CDMX?
-Nosotros venimos originalmente de Santiago Mexquititlán, en Amealco, Querétaro.
-¿Por qué se vinieron?
-Pues porque allá en nuestro pueblo no hay trabajo. Y si lo hay, está muy mal pagado. Entonces decidimos viajar a la ciudad. Al llegar aquí, pensamos que iba a ser fácil, pero no, porque… nosotros hemos pasado mucha discriminación, por la forma en que hablamos y la forma en que vestimos. Pero a nosotros no nos da vergüenza hablar nuestra lengua ni portar nuestra ropa típica del pueblo. Nos sentimos orgullosos de ser indígenas.
¿Qué tipo de trabajo hacían en Santiago Mexquititlán?
“Pues allá nomás nos dedicábamos a sembrar, y a cosechar lo que es el maíz, la calabaza, el frijol. Pero eso es por temporada, no había más… No había trabajo y, pues, te pagan muy poquito. Y con ese pago que te dan no te alcanza para nada, pues. Y todo es muy caro”, dijo con cara más de reclamo que de lamento. Y es que los precios de garantía que le ofrecen por sus productos los comercializadores son muy bajos, y se hallan en una posición de desventaja con los precios que ofrecen al público las grandes agroindustrias que se apoderaron de esas tierras a partir del TLC (hoy T-MEC).
¿Desde cuándo se vinieron a la CDMX y qué tipo de trabajo esperaban encontrar aquí?
“Nosotros… bueno, yo me vine desde que tenía 10 años. Y ya tengo más de 21 años aquí radicando en la ciudad. Esperábamos tener un trabajo mejor, pero no…, mis papás no tenían el estudio suficiente y pues no podían tener un trabajo así. Ellos se dedicaron al comercio, a vender dulces, a vender así, muñequitas de trapo, era lo que empezaron a hacer ellos. Pero en las calles ya ve que el Gobierno siempre manda a los delegados y no te dejan trabajar. Te cobran el piso para que puedas vender. Y así hemos estado trabajando desde que llegamos aquí a la ciudad.
Las muñecas a las que se refiere Elvira son el emblema de su lucha. Hechas de trapo y con los colores rojo y negro, con las siglas EZLN. Son su orgullo y parte importante de su sustento.
Muñecas realizadas desde la toma del INPI
La toma del INPI fue una de las acciones emprendidas por esta comunidad indígena que condujo a una negociación con el Gobierno federal en la que éste, sin embargo, nunca respetó su palabra, Como con los Diálogos de San Andrés. Y últimamente, incluso, dejó de atender a las delegaciones de otomíes que solían acudir al Palacio Nacional en busca de soluciones.
-Entonces, a su llegada tomaron algunos edificios para vivir…
-Sí, porque desde el sismo del ’85, muchos [edificios] quedaron abandonados, y entonces nosotros ahí entramos, y limpiamos y, hasta la fecha pues ahí seguíamos. Pero después del temblor del 2017 igual salió afectado nuestro predio donde vivíamos, y salimos a acampar a las calles; pero eso al Gobierno le molestaba. Los vecinos también nos discriminaban porque somos indígenas, y así la pasábamos. Y por eso mejor decidimos decir: “¡Ya basta!”. Y decidimos venir a tomar un edificio, porque solamente así el Gobierno iba a voltear a vernos. Porque cuando íbamos a llevar una mesa de trabajo con ellos en el Zócalo, donde ellos están, pues siempre nos daban vueltas. Decían que no estaban. O nos daban una cita y cuando íbamos no nos recibían.
En el mes de octubre, señala Elvira, van a cumplir un año desde que tomaron el INPI. Y el Gobierno no les responde a sus demandas. “De hecho, tuvimos mesas de trabajo pero como siempre, nada más se burlan de nosotros. Nomás dicen que ‘sí, les vamos a resolver lo de la vivienda, y todo’… Y fueron varias mesas de trabajo donde nunca nos daban una solución. Luego llegaban los días que decían que nos iban a resolver y nunca nos resolvían nada. Nosotros teníamos que tomar acciones, como cerrar las avenidas, o cerrar la propia avenida de aquí afuerita, y fue cuando ya nos hizo caso, pero si no...”.
-Y, al cerrar la avenida, ¿qué pasó?
-Pues sí tardamos más de una semana, pasadita la semana, cuando volvimos a cerrar la Avenida Cuauhtémoc, la México-Coyoacán; fue cuando sí nos expropiaron el predio de Zacatecas # 74. O sea que ya va a ser de nosotros-, sostuvo Elvira con discreto gesto de satisfacción.
-Ganaron una batalla, ¿y cuáles son las otras luchas?
-Pues por ejemplo lo del Tren Maya, el Transístmico, todos los megaproyectos de muerte, son lo que estamos en contra de ellos también… y para que dejen tranquilos a nuestros hermanos zapatistas. Ya ve que hay mucho paramilitar allá. Todo eso estamos en contra, por nuestros 43 [de Ayotzinapa]. Hasta la fecha no sé qué justicia hay. Y por la muerte de Samir Flores.
-¿Alianzas con otros pueblos indígenas?
-Sí, de hecho sí, con varias organizaciones que nos vienen a apoyar.
-¿Qué sigue? Ya tienen el predio de Zacatecas # 74. ¿Ahora qué?
-Pues igual, que se haga justicia por nuestros hermanos desaparecidos, los que han muerto, y por nuestros hermanos zapatistas, y por nuestros otros proyectos que vienen adelante.
-¿Como cuáles?
-La [“expropiación”] de Guanajuato # 200… y la de Zaragoza, entre otros predios.
La construcción de autonomía es el eje central al interior de esta lucha. En la sede del INPI, por ejemplo, el trabajo es equitativo entre hombres y mujeres; aunque las mujeres son superiores en éste y en todos los rubros, simplemente porque ahí son muchas más que los hombres. Las jovencitas diseñan las plantillas para cortar las telas de las muñecas, entre otras cosas; las mujeres adultas cosen –eventualmente algún hombre también-, y las abuelas tejen los bordados de su ropa típica.
Joven otomí encargada de las plantillas para el corte de la tela para las muñecas.
Mujer mayor borda los tejidos para la ropa típica (huipiles).
-¿Y hasta cuando permanecerán aquí (INPI)?
-Pues hasta que el Gobierno nos resuelva. Mientras, pues aquí vamos a resistir. Y como se da cuenta, nosotros estamos haciendo… tenemos nuestro taller de muñecas aquí, para poder sobrevivir, el tiempo que sea necesario aquí. Hemos formado nuestra propia autonomía, para poder resistir aquí.
-¿Y sí les respetan su autonomía?
-Sí.
-¿Y sí les alcanza con esto para vivir?
-Pues sí, dependiendo cómo se vaya vendiendo la muñeca. Y sí, también nuestro color de la muñeca, en blanco, rojo y negro, eso también representa… ‘ora sí que, hemos aprendido mucho de nuestros hermanos zapatistas. De cómo han logrado salir adelante, a pesar de todas las trabas que le ha puesto el Gobierno. Es un gran ejemplo para nosotros. Por eso es ese el color de la muñequita de nosotros.
-¿Qué mensaje les mandan los zapatistas?
-Pues igual, ellos nos apoyan. Publican todo lo que nosotros hacemos aquí. Están al tanto de nosotros. Nosotros aquí vamos a estar el tiempo que sea necesario, hasta que el Gobierno cumpla todas nuestras peticiones, y aquí vamos a estar.
-¿Algún mensaje para los indígenas que viven ‘al otro lado’?
-Pues sí, que se organicen, y que no se dejen. Que levanten la voz como nosotros lo hicimos. Que digan ¡Ya basta!, no. Que ya no vamos a aguantar más una humillación del Gobierno.
*Marco Vinicio González es un periodista mexicano, promotor cultural y corresponsal de planta de Radio Bilingüe.
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